Pasó parte de su infancia en el basural, en la adolescencia cayó en el consumo de drogas y en un grupo umbanda. Fue rescatada por integrantes de una Iglesia Evangelista. Salió adelante. Trabajó por los chicos de su barrio y hoy tiene un trabajo digno en el Municipio. Esta es la historia de Sofía.
Por Claudia Cagigas
Sofía Vilche vivió toda su vida en el Barrio Tropezón, muy cerquita del entonces basural a cielo abierto donde se vertían los desechos de todo Chajarí. Entrevistada en el programa EL ESPEJO (Itel Radio 91.9 y Canal 2 de Itel), contó: “Mi infancia fue muy dura. Pasamos momentos malos, éramos seis hermanos, mi papá trabajaba y mi mamá se encargaba de nosotros. Prácticamente nos criamos en el basural, porque íbamos a buscar latas, cosas para clasificar, para vender. Muchas veces llegamos a comer de las bolsas de residuos. Antes era distinto, había mucha necesidad, mucha pobreza, la gente hoy se queja, pero nada que ver con lo que vivíamos en aquellos años. Hoy está la Tarjeta Alimentar, hay planes sociales, hay trabajo, se reconocen los derechos de los chicos y si uno deja de ir al colegio se comunican con los padres y los obligan a mandarlos. Yo dejé la escuela a los 11 años para ayudar a mis padres y nadie llamó para que vuelva…”.
Con tan sólo siete años Sofia comenzó a ir al basural a trabajar, donde hubo muchos accidentes (muertes por aplastamientos, intoxicaciones…) porque eran varias las familias que hacían la misma tarea.
“Fue una infancia dura porque veía a otros chicos que no tenían que hacer lo mismo que yo y, sin embargo, tenían un plato de comida o tenían una bicicleta. Mi sueño era tener una bicicleta y nunca la tuve. Una vez agarré la de mi vecino, porque quería saber lo que era andar, y él pensó que se la quería robar…”, contó emocionada.
Adolescencia, drogas y grupo umbanda
A los 15 años Sofía comenzó a trabajar en un galpón de empaque. Ya no iba al basural y la escuela había quedado muy atrás… Pero las salidas, los bailes, el grupo, las situaciones adversas de su vida, la llevaron por el camino de las drogas, el alcohol y el ingreso a un grupo umbanda.
“Caí en las drogas. Tenía conocidos que estaban en una secta umbanda, me invitaron a participar y entré por curiosidad, quería saber qué era eso, qué hacían. Y hacían cosas malas… Yo sentía que mi vida estaba perdida, quería cambiar, dejar todo eso, pero no podía”.
Según contó Sofía, en Chajarí hay muchos grupos umbanda que trabajan en las sombras con integrantes de todos los sectores sociales. Algunas personas participan activamente y otros, los que pueden, pagan grandes sumas de dinero por “trabajos” que solicitan. “Es como una Iglesia, pero no usan cosas buenas. Ahí nunca te sentís bien, sacan plata a las personas haciéndoles creer cosas que no son: que van a recuperar a su pareja, que van a lograr tal o cual cosa…”.
Siempre de acuerdo a los dichos de la entrevistada a partir de lo que vio dentro de un grupo umbanda, “ellos tienen días que hacen entregas, hacen sacrificios con animales, adoran al diablo…”.
Sumida en esta nueva pesadilla, Sofía quería salir, pero no podía. “Me amenazaban, me decían que me iba a pasar algo o que le iba a pasar algo a mis hijos”. Fue justo en ese momento que un grupo de ministros de la Iglesia Evangelista llegó a su vida, la escucharon, la dejaron llorar y sacar tanto dolor, oraron por ella, la acompañaron y le dieron la oportunidad de renacer. No fue nada fácil, ella tuvo que poner mucho de sí, pero lo logró.
Sofía hoy es otra persona, libre de drogas, de alcohol y de ese oscurantismo que cubría su vida. Tiene vida en los ojos y mucho amor para ayudar a quienes sufren.
El merendero, luego de la transformación
Con la contención de este grupo de ministros, Sofía se aferró a Dios y comenzó a hacer cosas por los chicos de su barrio. Para eso convocó a otras mujeres y juntas hicieron empanadas y rosquitas para vender y con ese dinero servían una copa de leche a 120 niños, los días domingos. Su casa era el centro de todo. Su cocina y su patio estaban a disposición.
Poco tiempo después, a través de este mismo programa (El Espejo), alumnos de quinto año del Colegio Marista comenzaron a dar una mano en el merendero e iban los domingos a jugar con los pequeños; los Hermanos Maristas (que aún estaban en Chajarí) se sumaron; oyentes del programa donaron materiales para levantar un salón para albergar a los chicos y comercios de nuestra ciudad pusieron a disposición los materiales y aberturas faltantes. En tanto, personal del Regimiento de Caballería de Tanques 7 (RC Tan 7) de nuestra ciudad contribuyó con la mano de obra.
El salón de 3 metros por 8 metros de largo se levantó como una sala más de la casa de Sofía y allí funcionó el merendero, pero también se lo utilizó como templo evangelista (aunque en un comienzo no supimos que tendría esta utilidad).
Luego, con la llegada de Pedro Galimberti a la intendencia de Chajarí, Sofía tuvo la posibilidad de servir el almuerzo a los chicos los días domingo, ya que el municipio le donaba los insumos necesarios. “En el comedor teníamos unos 68 chicos, no nos entraban en el salón, así que algunos comían afuera, en un tablón que habíamos puesto”. Pero llegó la pandemia y todo se esfumó…
La vida siguió su curso, ni el comedor ni el merendero volvieron a funcionar porque hubo muchos cambios en la vida de esta mujer: un nuevo hijo, un trabajo digno en la municipalidad y menos tiempo para dedicar a la faz social. Sin embargo, no deja de organizar fiestas para el Día del Niño o de estar atenta a las necesidades que surgen. Ella siempre está ahí, dispuesta a dar una mano a los que sufren o pasan necesidades.
Si mira hacia atrás siente que es otra persona, que su vida cambió como jamás pensó. “Atrás quedaron esos recuerdos que me dan algo en el pecho, como ganas de llorar… Algunas heridas se curaron, pero otras todavía duelen, aunque intento superarlas”.
La desgarradora historia de Sofía es una de tantas que ocurren en nuestra ciudad sin que sean visibilizadas. Historias de personas que han descendido al infierno mismo, pero que han sido capaces de reconstruirse porque hubo alguien en el camino que tendió una mano y porque fueron capaces de dejarse ayudar. Sofía sabe lo que es la marginalidad y el dolor. La ayuda al prójimo, tal vez, sea parte del proceso de curación de sus propias heridas.