Hace más de 100 años tuvo lugar en el departamento Colón una de las historias más fascinantes de Entre Ríos: el Falansterio de Durandó; una pequeña comunidad con reglas estrictas que funcionó por casi 30 años.
Por Claudia Cagigas – Ilustración Aldo Vercellino
Juan José Durandó y su familia se radicaron en un campo de Colonia Hughes, departamento Colón, en 1888, dando vida a un establecimiento agrícola industrial en el que llegaron a convivir 120 personas pero de una manera muy particular. Fue una pequeña comunidad en la que todo perteneció a Durandó y que prácticamente se autoabasteció. Funcionó en un campo de 200 hectáreas con sembradíos, frutales, una gran huerta, invernáculo de vidrio para cultivos especiales, herrería, carpintería, zapatería, sastrería, escuela de primeras letras, artes y oficios.
En este establecimiento agrícola industrial había varios edificios. El más bonito tenía un pequeño alero de tejas francesas y allí se ubicaban los comedores, las cocinas y un sótano para depósito. En la planta alta los dormitorios de Durandó y familia y los de la familia Massera –de condición privilegiada-. Cuidados jardines lo rodeaban y abrazaban la glorieta, lugar predilecto donde el líder se sentaba cada atardecer a escuchar su propia banda de música.
Eran fines del XIX pero en el lugar había luz artificial alimentada a gas carburo, baños con agua corriente, molino de viento y un gran depósito para 10.000 litros de agua. La mayor parte de las actividades industriales se desarrollaba en un edificio de tres plantas. En el sótano se ubicaban los toneles con deliciosos vinos elaborados en el lugar y las facturas de cerdo; en la primera planta se almacenaban otros productos; en la segunda planta estaban los dormitorios para hombres solteros y en el entrepiso se secaban los fideos y orejones.
La escuela de primeras letras, artes y oficios estaba reconocida por la Provincia y funcionaba en un pequeño edificio dentro del establecimiento. Los profesores de Historia Walter Maydana y Ariel Bessón, en su obra «Durandó. Historia de una Comunidad», citan un artículo publicado en noviembre de 1900 por el periódico El Entre Ríos, de Colón: «Esta escuela comenzó sus actividades aproximadamente entre 1895 y 1898. Allí se enseñaba todo desde el punto de vista práctico. Por ejemplo, los niños estudiaban en teoría y práctica, el uso de instrumentos de agricultura y de diferentes oficios. Por su lado, las niñas aprendían costura, encarado de igual modo… La educación común a los dos grupos sería aritmética, geometría y el lenguaje. En esta última una condición obligatoria era la lectura en francés y en castellano». El estudio de música también era obligatorio y así llegaron a conformar una banda cuyo recuerdo aún persiste en la zona.
Comunicación con los espíritus
Uno de los aspectos más polémicos de este personaje fue la comunicación directa que aseguraba tener con Dios. «No era un espiritista de mesita de tres patas sino, que según su propio testimonio, se comunicaba directamente con Dios a través de la concentración y mediante la escritura… Según Durandó, Dios, lo iluminaba en la organización del establecimiento, tanto social como económicamente. En lo referente a la organización de las tareas, todas las órdenes eran de origen divino. La palabra de Durandó era la palabra de Dios, él era un iluminado», describen ambos profesores.
Dentro de los poderes sobrenaturales supuestamente otorgados por Dios, estaban los curativos –la cura más legendaria fue la de su esposa, afectada por una parálisis al momento de conocerla en Suiza-. Es que, además de la sugestión, Durandó se apoyaba en los vastos conocimientos de las propiedades de las plantas.
La elite y el grupo obrero
La vida del establecimiento se organizó con una férrea disciplina aplicada por una elite gobernante y una gran admiración religiosa el líder.
La elite gobernante estaba compuesta por unos pocos privilegiados, los que habían aportado mayor capital al ingresar; en tanto que la clase obrera por lo general tenía su trabajo como único capital a ofrecer. No percibían salarios, no manejaban dinero y debían conformarse con la satisfacción de sus necesidades básicas.
La caída
El mal llamado «falansterio de Durandó» comenzó a decaer en 1902 por situaciones internas conflictivas, conflictos con la Iglesia Católica y el Poder Judicial –algunas causas iniciadas por personas que abandonaron el lugar-, y porque la gente comenzó a anhelar otras condiciones de vida. En 1916, con la muerte de su gestor, la caída se precipitó.
Hoy las tierras no pertenecen a ningún miembro de la familia y a consecuencia de su abandono y del paso del tiempo, esta experiencia rural se encuentra en ruinas.
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