Por Claudia Cagigas
Ilustración Aldo Vercellino
La idea de falansterio surgió con la obra del filósofo francés Charles Fourier (1772-1837) -socialismo utópico-. Describen Maydana y Bessón: «Su ideal era una sociedad agrícola cuya unidad fundamental era una falange, donde 1620 personas habitarían un edificio común llamado falansterio. Este establecimiento estaría rodeado de tierras cultivables». A cada persona le correspondería un trabajo según su inclinación, que alternarían para evitar la rutina. «En el centro del terreno se construiría el palacio social con su gran comedor, la biblioteca, las aulas para estudio y las de correspondencia. En los laterales se instalaría la sala de juegos para niños y los talleres de trabajo. Todos los miembros de la comunidad vivirían allí. Ellos serían socios y quedaría suprimido el salario, correspondiéndoles a cambio un dividendo en el trabajo realizado».
Juan José Durandó nació en Suiza en 1842, se nutrió de esta doctrina, en 1874 realizó su primer viaje a América, luego retornó a Europa para buscar socios para conformar su propio falansterio y en 1888 se radicó en Colonia Hughes. Luego realizó otras campañas en Europa para captar más familias.
Aunque su establecimiento fue denominado «el falansterio de Durandó», Maydana y Bessón coinciden en que no fue un falanserio por varias razones: había una clase obrera y una clase gobernante; los integrantes de estas clases no ocupaban el mismo edificio y tenían una alimentación diferenciada; quienes ingresaban al establecimiento cedían sus bienes y éstos pasaban a manos de Durandó -no de la comunidad en general- y si querían retirarse lo hacían sin nada; no existía el libre albedrío para elegir las tareas sino que Durandó –arrogándose el mandato divino- decidía; no se rotaban los trabajos y el establecimiento nunca tuvo más de 120 habitantes.
¿Cuál era el beneficio para ingresar a la vida de esta comunidad, si había que ceder todo, trabajar bajo las órdenes indiscutibles de un hombre y no percibir salario? Tener asegurado alimento, vestimenta, vivienda y educación para los hijos.
Si Durandó creía o no en los poderes sobrenaturales que se arrogaba; si utilizó su comunidad ideal para provecho propio o si estaba convencido que era la mejor opción para las familias que lo acompañaron, es una pregunta que queda abierta.
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