Olga Brambilla es de Chajarí. Era docente rural cuando la detuvo el RCTan 7 por orden del Poder Ejecutivo Nacional, al otro día de estallar el golpe de Estado de 1976. Pasó un año de cautiverio sin ninguna acusación y vivió momentos muy duros. Fue liberada, no volvió a conseguir trabajo y decidió irse del país. Hoy vive en Montreal, Canadá y puede contar su historia sin odio ni rencores.
Por Claudia Cagigas
Tan lejos y tan cerca… Olga Brambilla tiene 78 años. Prende la cámara y se apronta sonriente para hablar vía zoom en el programa EL ESPEJO (Itel Radio 91.9 y Canal 2 de Itel). Está contenta porque, pese a su dolorosa historia llena de ausencias y fantasmas, no perdió su carácter afable, su cordialidad, ni las ganas de contactarse con su gente. Le gusta charlar, le gusta comunicarse con su tierra natal. En esta oportunidad, en cercanías del 24 de marzo en que se cumplirán 47 años del último golpe militar, quisimos recordar lo sucedido aquí en Chajarí, cuando se pensaba que en esta ciudad no pasaba nada…
Corría el 25 de marzo de 1976 cuando se la llevaron a Olga y a otras personas. El día antes los militares habían depuesto los tres poderes constitucionales presididos por María Estela Martínez de Perón e instalado una dictadura cívico militar que se autodenominó Proceso de Reorganización Nacional. Este Proceso duró hasta diciembre de 1983 y se caracterizó por la implementación de un plan sistemático de terrorismo de Estado, detenciones ilegales, torturas y desaparición de personas.
Olga trabajaba en la escuela de La Florida cuando la detuvieron. Hacía poco tiempo que había vuelto de Méjico donde se había casado con Roger, un canadiense que se fue de Argentina acogiéndose a la Ley de Opción. Roger no podía volver porque, si lo hacía, quedaría detenido. Así que ella partió para la unión matrimonial y luego retornó, sin sospechar el destino que le esperaba…
El 25 de marzo de 1976 Olga vio aparecer un auto del Regimiento de Caballería de Tanques 7 (RCTan 7) de Chajarí, con un militar y un soldado. Estaba con su prima Otilia Tonina (Porota) y se las llevaron a las dos. Nunca les dijeron por qué, tan solo que quedaban detenidas por orden del Poder Ejecutivo Nacional. Primero las llevaron al Regimiento y luego a la Comisaría N°1 de Chajarí.
A continuación, transcribimos cómo se desenvolvió la entrevista.
EL ESPEJO (EE)-. ¿Cómo fue la primera noche en prisión, en la Comisaría de Chajarí?
Olga Brambilla (OB)-. Me acuerdo que me pusieron en una habitación grande que estaba justo en la esquina (años después volví a verla). Me habían asignado cinco baldosas y fuera eso no me podía mover. El militar se fue y me dejó con un soldado apuntándome todo el tiempo. En ese entonces yo fumaba, así que saqué un cigarrillo y le pedí un fósforo, pero parece que alguien escuchó y enseguida vinieron a decirle que no podía hablar conmigo… Después me llevaron a un calabozo, donde estuve unos diez días y ahí me di cuenta que había más gente…
EE-. ¿Sabía tu familia que estabas presa?
OB-. Sí. Además, los militares fueron a revisar mi casa, mi papá estaba ofendidísimo porque revisaron todo, se llevaron fotos, dejaron todo desparramado.
EE-. ¿Tuviste miedo en algún momento?
OB-. El miedo se siente, aunque sepas que no hiciste nada malo. Yo sabía que en Chile habían matado gente que tampoco había hecho nada malo. Entonces no sabía que me iba a pasar estando detenida, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. No podía hablar con nadie, no había abogados, nada.
EE-. ¿Te interrogaron en algún momento?
OB-. Si, la misma noche que me llevaron. Me despertaron a la madrugada, me preguntaron cosas personales, qué hacía, dónde trabajaban, no me acusaban de nada. Al militar que me interrogaba le pedí agua, me trajo y me preguntó: “¿no tiene miedo que tenga algo?” Y no, yo tenía sed y me la tomé.
EE-. ¿Qué pasó luego de esos 10 días de detención en Chajarí?
OB-. De acá nos llevaron a Concordia en un colectivo verde, grande. Luego a las mujeres nos subieron en un auto (éramos tres o cuatro) y nos llevaron a Concepción del Uruguay donde estuvimos un mes. Éramos tantos, que duplicábamos o triplicábamos la capacidad de la cárcel. De ahí nos trasladaron a Paraná.
EE-. ¿En algún momento fuiste torturada o torturaron a tus compañeras?
OB-. A mí no me torturaron físicamente, pero psicológicamente sí. Se llevaban las chicas a torturar y vos no sabías cuándo te tocaba a vos. Venía la celadora a la puerta del pabellón y nos decía ‘fulanita prepárese que la vienen a buscar’, porque no torturaban ahí sino en otro lado… Cuando sonaba el timbre de la cárcel estábamos todas esperando para saber a quién le tocaba.
Generalmente cuando las llevaban quedaban afuera una semana y cuando volvían veíamos los resultados. Hubo una compañera que estuvo 40 días afuera… Me acuerdo de haber ayudado a Lidia, una compañera de Concordia que había sido muy torturada. Su cara era verde, amarilla de tantos golpes que le habían dado, tenía quemaduras de cigarrillo, tenía la vagina destrozada, le salían hilachas de piel… Ella me pedía que le ponga un espejo para poder verse y curarse. Se ponía una crema que le había dado un doctor que venía a la cárcel… Y claro que todas teníamos miedo, porque no sabíamos cuándo nos iba a tocar eso, los fantasmas del dolor no se podían evitar…
EE-. Además de sentir miedo, ¿podías llorar?
OB-. Yo no lloraba, no podía. Recién pude hacerlo años más tarde, cuando estaba embarazada de mi primer hijo y tuve que ir a un psicólogo. Veía un militar que no tenía nada que ver con Argentina y me ponía a temblar y a llorar. Es como que guardé todo eso en el interior, pero años después afloró.
EE-. ¿Sabés por qué te dejaron en libertad?
OB-. No sé quién decidió mi libertad. Estábamos en la cárcel y un día vinieron las celadoras y nos dijeron que algunas chicas iban a salir en libertad. Porota y yo estábamos en ese grupo y también lo liberaron al Negro Dimier, de las Ligas Agrarias. Era el 11 de febrero de 1977, faltaba casi un mes para cumplir un año desde que me habían detenido.
EE-. ¿Qué sentiste cuando saliste en libertad?
OB-. Fue una sensación increíble la del salir del encierro… También es increíble la capacidad de adaptación que tiene el ser humano… Viví un año así y cuando salí me estremecía volver a sentir el olor maravilloso del Río Uruguay (porque primero fuimos a Federación donde vivía Porota), los olores de las plantas, de las flores… Después de vivir en un pabellón, llegar a mi casa y a mi habitación también fue increíble… Parecía que las paredes se me venían encima.
EE-. Cuando saliste de la cárcel, ¿había alguien esperándote?
OB-. Salimos sin un peso en el bolsillo, pero nos fueron a buscar dos Hermanas del Cristo Redentor. Nos llevaron al colegio y nos dieron dinero para el pasaje del colectivo. Volvimos en tren hasta Concordia, mi tío de Federación nos fue a esperar y en Federación nos esperaba Beba Maydana con mi papá y un señor de la Colonia Belgrano.
EE-. ¿Cómo fue la llegada a tu casa?
OB-. Cuando llegué a mi casa estaba mareada por la salida de la cárcel y todo eso. Eran como las dos de la mañana y había mucha gente. Todos querían saber y yo no sabía qué era lo que podía contar y que no, porque nadie me había dicho nada…
EE-. ¿Qué pasó con tu trabajo?
OB-. Del trabajo me cesantearon… No tenía trabajo, nadie me daba trabajo. Fui a reclamar al Consejo General de Educación (CGE) porque a mí nadie me había acusado de nada y sin embargo había quedado en la calle. La presidenta del (CGE) no me quería recibir, pero como yo me senté en el pasillo a esperar, al rato me hizo pasar y me dijo que no me daba trabajo porque el Comando se lo prohibía.
Durante varios meses me mantuvieron mis padres, hasta que tuve noticias de mi marido que estaba en el exterior y me fui, con la ayuda de una amiga que me pagó el pasaje.
EE-. ¿Por qué tu marido estaba afuera de Argentina?
OB-. Porque él también había estado preso y salió con la Ley de la Opción. Esa ley, que existía en Argentina antes del golpe militar, permitía irse a las personas que no tenían condena. Mi marido pidió para salir y se fue a Méjico. Por eso nos casamos allá antes de que me detengan. Mi esposo es canadiense, pero cuando tenía unos veinte años se había ido a Europa y luego a Argentina.
EE-. ¿Qué pasó cuando te reencontraste con tu marido?
OB-. Con mi marido me encontré en Río de Janeiro y luego un organismo de España nos pagó el pasaje para que vayamos a Francia. Ahí trabajé con un cura, hacíamos listas de los desaparecidos para presentarlas en Ginebra. Leíamos testimonios que nos pasaban desde Amnesty Internacional o de la ONU, que venían de familias del país… También organizábamos galas con artistas que colaboraban, como el Cuarteto Cedrón y Paco Ibañez, para juntar dinero que se mandaba a los familiares de presos para que viajen a verlos.
EE-. ¿Volvieron a Argentina luego del exilio?
OB-. En 1983, con el retorno de la democracia, mi esposo, mis hijos y yo volvimos a Argentina hasta 1989. Trabajé en dos lugares: en Santa María y después en la Colonia Aylman. En 1989 nos vinimos a Canadá porque queríamos que nuestros hijos conocieran a sus abuelos que ya eran grandes…Vinimos por dos meses, pero terminamos quedándonos porque había más posibilidades de estudio para los chicos…Tenemos tres hijos. A todos les tira la América el Sur y Argentina. Uno ellos, el más chico, está en Argentina. Y mi corazón está en Chajarí.
EE-. ¿Si mirás para atrás, qué nos podés decir de tu vida?
OB-. La vida te va empujando y yo estoy contenta con mi vida. Estoy bien donde estoy, me gustaría estar allá pero no puedo porque mis hijos están adaptados acá. Tengo mucha esperanza en la Argentina, sé que hay gente que trabaja mucho, que hemos estado mucho mejor económicamente en otras épocas. pero tengo muchas expectativas en la juventud, en que sigan adelante y puedan lograr un porvenir mejor. Las guerras existen y han existido siempre. Pero no es así, no es matando gente como se hacen las cosas. Por eso abrazo la paz y la esperanza.
Sin rencores, sin odios, con una sonrisa a flor de piel y con la naturalidad de quien ha podido procesar las duras heridas del pasado, así se desenvolvió esta estremecedora charla con Olga Brambilla. Que su ejemplo nos sirva para no vivir anclados a la tragedia y al odio, que su ejemplo nos sirva para recordar que la Justicia y la Verdad son requisitos indispensables para una sociedad armónica y pacífica.
Este relato es un aporte a la Memoria para que no la perdamos y para que sepamos que en Chajarí también pasaron cosas y también se llevaron gente de manera ilegal.