Por Claudio Hermosa
El técnico venido de Buenos Aires le repite lentamente el funcionamiento de la máquina. Genaro atiende expectante. Ha llegado el día que esperó con ansiedad en los últimos meses.
-La probé en sus dos niveles varias veces y funciona todo muy bien –había dicho el técnico el día anterior- y bastó para que Genaro pasara la noche más larga de su vida. ¡Saberse en vísperas lo llenaba de insomnio!
Todo había comenzado un año antes, cuando escuchó en la radio la llegada al país de “máquinas de última generación que a su peluquería no le pueden faltar”–así las publicitaban-. Esa misma tarde le escribió a su cuñada pidiéndole que averigüe costos, condiciones y otros detalles. Si bien el comercial agregaba la dirección postal de Casa “La Esmeralda” era mejor hacerlo personalmente y Delicias era el único familiar que vivía en Buenos Aires.
-La suya será la primera peluquería de la zona con máquina eléctrica- dice el técnico al ver aparecer a Genaro. La sonrisa de éste es acompañada con un comentario a media voz, como si solo fuera para él. –se harán las mejores tinturas y permanentes- dice afirmando con la cabeza y sin dejar de sonreír.
Esa misma mañana en la colonia Faustino Barcarolo prepara su jardinera. Ajusta las correas al caballo, limpia las riendas, levanta el muchacho que pende del pértigo y carga el arreador a la caja. Gema por su parte sube verduras, quesos y un tacho de leche. Ritual que el matrimonio de inmigrantes emprende unas dos veces al mes.
-¡Vamo Gema! Dice él al mismo tiempo en que ella aparece por un costado con un cajón lleno de huevos.
-Esperá que todavía me falta cargar la quircha- dice ella. Faustino nivela el peso de todo lo cargado y Gema regresa arrojando sobre la vieja jardinera una escoba de quircha hecha por ella misma.
Los Barcarolo parten a la villa donde los esperan tareas que le ocuparán toda la mañana. La jardinera parece amoldarse al sinuoso camino surcado por huellas de otros viajes. Atrás van quedando los ranchos de los colonos y los dos perros que escoltaron el carruaje hasta el portón. Tienen previsto visitar la Peluquería de Don Genaro, luego pasar por el Almacén de Ramos Generales de Giménez donde canjearán la producción del campo por arroz, azúcar y yerba. Y por último llegar al consultorio del Dr. Cantón a quien Faustino prometió acercarle unos quesos de colonia.
Mientras tanto en el Salón de Peluquería la cuenta regresiva llegó a su fin. Genaro abre las persianas y corre las cortinas, rutina que hoy adquiere primordial importancia cuando toma conciencia que está dando paso al progreso.
-¡Me siento igual que el día que trajimos los botellones!- le comenta Genaro al técnico, aludiendo a los perfumes “Royal Briar”. -¡Imagínese! Llegaban los clientes y yo les ofrecía corte, rasurada y perfumes. ¡Todo en el mismo salón!-.
-Yo lo dejo- dice el técnico y ante la atemorizada expresión de Genaro se apura en agregar –No se preocupe, todo está probado. Iré por mis boletos y al mediodía vuelvo- dijo el técnico saliendo.
Genaro se sentó en el sillón, se prendió el primer botón de su chaqueta y se miró al espejo. A un costado, del lado de la puerta de entrada, la flamante máquina eléctrica lucía como el más exótico de los instrumentos. Fue entonces cuando sintió satisfacción de saberse generoso con sus convecinos trayendo innovaciones a su peluquería.
-¡Las croquiñoles que haremos con vos!- se encontró de pronto diciéndole a la metálica caja gris cuando un sonido desde la calle lo sacó del ensueño. Vio ahí la jardinera de los Barcarolo ante el pequeño palenque del frente. Gema comenzó a reordenar los cajones y Faustino bajando se dirigió a la peluquería.
-¡Buenos días Faustino! –saluda Genaro al abrir la puerta y luego inclinó la cabeza mirando a Gema.
-Buenas…- responde al ingresar Faustino mirándose de reojo en el gran espejo y emprolijando el pañuelo que traía en el cuello.
-¡Tome asiento, siéntese por favor!- exclama Genaro entusiasmado.
-Permiso- dice a media voz Faustino y se sienta en el antiguo pero bien conservado sillón.
-¿Hacemos lo de siempre?
-Sí. Y vea los bigotes tambien.
-Lo que mande- dice Genaro afilando la navaja. -¿Doña Gema no baja? Tengo para ella una sorpresa-.
-Cuando Ud. termine la voy a llamar.
-Su señora Faustino será la primera en conocer la novedad de la que hablará toda la región.
Faustino apenas sonrió sin entender de qué hablaba el peluquero. En ningún momento reparará tampoco en el aparato eléctrico que se presenta a su izquierda. Genaro ni se inmuta por ello, él ya dio comienzo al oficio y solo imagina las posibles e insólitas reacciones que podrán vivenciar quienes conozcan hoy el innovador equipamiento que se incorpora a su peluquería.
El corte de cabello dio paso a la afeitada y ésta al emprolijamiento de los grandes bigotes. En la charla los hombres coincidieron en los pocos inconvenientes que generaron las langostas de este 1934. -¡Ni parecidas a las plagas del año pasado!- había afirmado Faustino. Siguieron comentarios banales sobre la nueva maestra y acerca de la avioneta de Concordia que en los últimos días estuvo recorriendo la zona.
-¿Le gusta así?- dice Genaro ansioso y mirando hacia afuera como con miedo de que Gema de pronto tomara las riendas de la jardinera y se fuera sin entrar.
-Sí- contesta Faustino y se pone de pié apenas mirándose.
-Llame, llame a su señora- dice Genaro mientras le retira la capa y corre el sillón a un costado.
-¡Gema!- grita toscamente el esposo desde la puerta.
Faustino nervioso se desabrocha el primer botón mientras adquiere una postura de presentador de circo a punto de desplegar su brazo derecho decidido a conducir la mirada de todos hacia el nuevo equipamiento.
-Buenos días Don Genaro- apenas se escucha decir a Gema.
-¡Buenos días! No sabe Gema la alegría que me da que sea usted la primera en…
La frase fue interrumpida por Faustino que de modo imperativo se dirigió a su esposa diciéndole -¡La chirca!- tras lo cual Gema giró bruscamente volviendo a salir. Los dos hombres vieron en silencio como la mujer tomaba de la jardinera la escoba casera y una pequeña caja.
Gema ingresó nuevamente y se puso a barrer el cabello recién cortado.
-Vamos a llevar el pelo Don Genaro- dijo Faustino con tono precavido y luego agregó –¡Sabemos de los gualichos que le hicieron a algunos cuando pudieron conseguirse unos pocos pelos del maldecido!-.
Pareciendo afirmar con todo su ser los dichos del esposo, Gema recogió todo el cabello cortado y salió con la escoba de quircha y el cajoncito con los mechones subiendo de nuevo al sulky para esperar a su esposo.-
Faustino anonadado apenas movió la cabeza de un lado al otro mientras traía nuevamente el antiguo sillón al centro de la escena.-
11 mayo, 2016