Cristian Markich pertenece al Ministerio Nueva Generación. Antes de esto, pasó mucho tiempo consumiendo drogas para tapar el dolor que sentía desde su niñez. Hace diez años y cinco meses que “está limpio”. Su pilar para la recuperación fue Dios. Hoy proyecta una granja de rehabilitación en Chajarí y ha ayudado a unas 10 personas a dejar las drogas y el alcohol.
Por Claudia Cagigas
Cristian Markich tiene la mirada limpia y una fuerza arrolladora. Es de esas personas imparables cuando se fija un objetivo que, en este caso, tiene que ver con ayudar a otras personas a salir de las adicciones sanando el corazón.
Once años atrás su vida era totalmente diferente, estaba sumergido en el infierno de las drogas. Entrevistado en el programa EL ESPEJO (Canal 2 de ItelTv y Radio 91.9), habló así.
Mi vida anterior
“Vivía en Buenos Aires. A los 16 años mi papá me trajo engañado a Chajarí porque tenía problemas con las drogas, pero acá encontré más que en Buenos Aires, porque una persona que se droga consigue en todos lados. Estuve cuatro años, volví a Buenos Aires y seguí haciendo lo mismo. Mi vida era un desastre, estaba perdido. Fui pasando por diferentes etapas. Pasta base, cocaína, marihuana… Llegué a estar cinco días sin dormir, tomando cocaína y fumando pasta base. Tenía un vacío tremendo, un dolor que intentaba llenar con drogas y alcohol”, dijo.
Cristian buscaba escapar al dolor que lo aquejaba desde pequeño. “Quería escapar de la realidad, había muchos problemas familiares, mi papá no estaba, mi mamá trabajaba todo el día y yo me tuve que hacer cargo de mis hermanos cuando éramos chicos. Estábamos todo el día solos y viví muchas cosas feas que me llevaron a buscar una escapatoria”.
Cuando sus papás se separaron él tenía 10 años. “La separación de mis pares generó dolor, tristeza, incertidumbre. Pero hoy tengo una familia totalmente transformada. Tanto mi papá como mi mamá están en Dios, cambiaron su vida, son totalmente diferente a lo que pasamos en nuestra niñez. Mi papá está en Chajarí y mi mamá en Buenos Aires”.
El alejamiento de las drogas y el acercamiento a Dios
Cristian comenzó a consumir a los 13. “A los 25 años tenía un montón de cosas pasajeras pero un vacío increíble en el corazón. Me drogaba durante cuatro o cinco días y después estaba cuatro o cinco días en la cama, con depresión, roto, me levantaba, me drogaba de nuevo y volvía a caer en depresión. Ahí fue cuando una tía me habló de Dios y me quebranté. Creo que no lloraba desde los 10 años porque tenía una piedra en el corazón. Me subí a la moto y no sabía por qué estaba llorando, no sabía qué me pasaba. Entonces dije ‘Dios, si vos existís realmente quiero sentir, quier ver que estás, quiero cambiar’…”.
Invitado por su tía, fue a una Iglesia Evangélica. Y aunque lo recibieron con abrazos, él estaba cerrado, callado, se acurrucó en el fondo, pero algo comenzó a transformarse en su interior. “Nunca había recibido tanto amor. Yo, hincha de Argentino Juniors, iba con los pibes todos los fines de semana a la cancha, nos emborrachábamos, nos peleábamos y hacíamos un lío bárbaro en Buenos Aires. Muchos años fue así. ¿Un abrazo? Olvidate… no te lo daba ni a palos… Cuando vi a la gente de la Iglesia, no entendía de dónde salía tanta alegría si yo tenía amargura por dentro. Eso fue convenciéndome de que había algo nuevo, algo diferente”, recordó.
Cristian siguió yendo a la Iglesia y comenzó a abrir su corazón. Hizo un retiro espiritual y, al fin, pudo sentir paz en su corazón. “Me liberé de todas las ataduras emocionales, espirituales, de los vicios, de la droga, del alcohol. Desde ese día mi vida no fue la misma, nunca más toqué un cigarrillo, ni droga, ni nada”.
Cómo manejar el síndrome de abstinencia
Cuando una persona deja de consumir, requiere mucha voluntad, esfuerzo y apoyo para superar el síndrome de abstinencia porque el cuerpo pide, reclama a gritos esa sustancia que durante tanto tiempo lo adormeció y silenció sentimientos. “Me ayudó mucho que tenía la Iglesia abierta, podía ir ahí y siempre encontraba gente. El enojo, el malhumor era normal. Pero agarraba la escoba y me ponía a barrer, o el trapo y me ponía a lavar los baños. Le planteé al pastor que durante diez años había ido a la esquina donde estaban los pibes y me dijo que por un tiempo tendría que dejar de ir ahí, porque yo había cambiado, pero ellos no. Entonces no fui más a la esquina y me metí en la Iglesia. Ese tiempo de ir a orar, a barrer, a estar con los chicos de la Iglesia fue el proceso que me cambió la vida. De eso hace diez años y cinco meses y nunca más volví a consumir”.
Una granja de rehabilitación en Chajarí
“Antes cerraba los ojos y veía dolor, amargura, aparentaba una cosa y era otra. Ahora cierro los ojos y veo una granja de rehabilitación, pibes transformados, familias restauradas, tengo proyectos, metas, sueños, quiero ser papá. Hace seis años que estoy casado y amo a mi esposa”, dijo en EL ESPEJO.
Cristian Markich hoy tiene 35 años y vive en Chajarí. La recuperación la transitó en Buenos Aires, luego se instaló en esta ciudad y es pastor en el Ministerio Nueva Generación ayudando a otras personas a rehabilitarse. En los cinco años que tiene esta Iglesia, unas diez personas han logrado alejarse de las drogas y el alcohol sosteniéndose en el tiempo. Ahora está abocado a la concreción de una granja de rehabilitación.
“Una señora nos donó un terreno de 15 metros por 50 metros, ubicado en Alem y el arroyo. El otro día dibujamos la granja porque me gusta dibujar y soñar. Dibujamos una casa grande con seis habitaciones, un salón de estar, una cocina grande, una panificadora para trabajar, un lavadero, baños. Mi idea es que la gente que está en rehabilitación viva ahí, que haga un tratamiento de un año, generando hábitos de trabajo, cumpliendo horarios, siempre buscando a Dios porque la transformación del corazón la hace Dios. Yo entendí que el problema que tenía con la droga era porque tenía un problema en el corazón. Cuando abrí mi corazón a Dios, sentí que él me sanó y ya no necesité nada más”.
Fundación Nueva Oportunidad
Según explicó Cristian Markich, la idea es que en la granja trabajen profesionales para acompañar el tratamiento de rehabilitación, para lo cual se requiere dinero. ¿Cómo se lograría eso? Está pensando en crear la Fundación Nueva Oportunidad de Empezar (NOE), para gestionar fondos. “La idea es armar bien el proyecto, pero vamos a arrancar con la construcción”.
Según anticipó, la construcción de la granja comenzará pronto, porque la Iglesia recibe ofrendas que se vuelcan en obras. “Así construimos todo lo que tenemos y lo vamos a seguir haciendo. El municipio siempre nos ha dado una mano, ayudando a refaccionar casas precarias y con mercadería para los cuatro comedores y merenderos que tenemos”.
El Ministerio Nueva Generación está en José Iglesias y Corrientes (Barrio Sacachispas) y cuenta con un anexo en San Antonio y 28 de Mayo. Tiene comedores y merenderos que funcionan los sábados en la Iglesia; los martes en Barrio Chaco; los domingos por la tarde en la Iglesia y los lunes en Barrio Guarumba.
En el ámbito de la Iglesia Nueva Generación, también está en funcionamiento una panificadora, para dar trabajo a personas que no lo tienen. “Les enseñamos a hacer pan y facturas. Los chicos fabrican, venden y generan un recurso que es sólo para ellos”.
Hugo Hurundés, recuperado en Nueva Generación
Hugo Hurundés tiene 35 años. Hace un año y seis meses dejó el alcohol, con la ayuda de las personas del Ministerio Nueva Generación. Hoy está muy comprometido con la Iglesia y trabaja en la fabricación de pan y facturas para generar sus propios ingresos. También está aprendiendo a leer y a escribir.
“Tenía el vicio del alcohol, tomaba todos los días. Llegué a la Iglesia cuando tuve un problema con mi familia. Estaba tirado en una zanja en Curiyú y justo pasó un grupo de chicos, me vieron, oraron por mí y desperté. Después el pastor Cristian fue a buscarme, me habló y me dijo que vaya a la Iglesia. No tenía ganas, pero igual fui porque quería cambiar, ya no quería esta vida”, contó en EL ESPEJO.
El camino de recuperación no fue fácil, “tuve que pasar muchas cosas porque toda mi familia toma, me costó salir, pero cuando más me acercaba a la Iglesia y me pegaba al pastor, más lograba alejarme”.
Hugo es hijo de Víctor, el señor que vivía alcoholizado y en situación de indigencia en la ex estación del ferrocarril. Ambos lograron recuperarse. Víctor fue rescatado por Gustavo Markich (el papá de Cristian), hoy vive en el Hogar de los Abuelos y dejó el alcohol. “Es un señor”, dicen… Padre e hijo pudieron comenzar una nueva vida porque hubo gente con un gran corazón que los ayudó, los rescató, los contuvo y les mostró que una nueva vida es posible.