Si bien en Chajarí no incursionó en política partidaria, el padre Max Wendler tuvo poder en los espacios íntimos y públicos por la tremenda labor social que realizó.

Por Claudia Cagigas
En tiempos en que los valores escasean y necesitamos ejemplos que nos inspiren, es un bálsamo recordar aquellos hombres y mujeres que dieron tanto por su comunidad. Hombres y mujeres de carne y hueso, que conocemos o conocimos, como el caso del Padre Max Wendler. Daniela Zanandrea y Cecilia Capovilla son dos profesionales que se dedicaron a investigar la vida del Padre Max Wendler y a partir de ahí editaron un folleto titulado “Max, el cura de mi pueblo”. Invitadas en el programa EL ESPEJO (Radio Show Chajarí), relataron la extensísima labor desplegada por el sacerdote durante más de 50 años y reflexionaron: “El sacerdocio del siglo XX que el vivió tuvo mucho poder en los espacios íntimos y públicos y en las decisiones que se tomaban. Y si bien él nunca tuvo participación en la política, como Capellán del Ejército consiguió mucha ayuda para su obra (trabajo y colaboración): comida, ollas gigantes con alimentos para las escuelas. Esto nos lleva a pensar cuál es el objetivo del poder… Lo que él hizo fue encauzarlo para el servicio, el bien común y sobre todo para los que más necesitados. Y lo hizo con tanta humildad que llegó a compartir su espació más privado con personas que no tenían a nadie en el mundo, como Paulino –con quien vivió años- y finalmente Bartolo, un señor que había sido abandonado por su familia y estaba solo, viejo y enfermo. El Padre Max fue un hombre íntegro, un sacerdote con una vocación que a las claras habla de cómo entendió a la gente y a la cultura de los pueblos”.

Con la herencia de su tío levantó la parroquia de Feliciano
Ni bien egresado del Seminario, el Padre Max fue destinado a San José de Feliciano donde permaneció nueve años. Allí “compró terrenos, trajo a las Hermanas de San Antonio, les hizo su casa para que instalen una escuela de tejido para las chicas, luego fue construyendo el Colegio de Hermanas, la Escuela de Comercio y también fue maestro de música en la Escuela Normal”, relató Daniela.
Por si fuera poco, “estando en Feliciano muere un tío suyo que era vicario del obispo – el que lo había llevado al seminario- y de ese tío recibió una herencia que invirtió para levantar la Parroquia de San José de Feliciano. También inició el Club de Volantes, el Aeroclub y dos clubes más. Participó activamente en política aunque de grande lo conocimos reticente a la política partidaria. Fue secretario del HCD de Feliciano y parece que ahí tuvo problemas por lo que lo trasladaron a Chajarí. Construyó comunidades y eligió a las personas para trabajar duramente e ir continuando sus obras”, agregó.
El padre Max en Chajarí – La educación como eje
Cuando el Padre Max llegó a Chajarí era el único cura párroco y su destino fue Santa Rosa de Lima. “Vivía en la extrema pobreza aunque había heredado muchísimo primero de su tío y luego de sus padres. Pero todo lo volcó en obras. Mucha gente tiene malos recuerdos por el modo en que pedía plata en la misa, por las rifas de Santa Rosa, las rifas en las escuelas y la forma en que retaba a la gente. Cuenta Rosita Arbelais –docente y eterna colaboradora- que su obsesión era comprar ladrillos para hacer escuelas. Tal es así que dos veces le regalaron el dinero para irse a Europa al pueblo alemán de su padre, pero lo gastó en ladrillos. Entonces, cuando cumplió 50 años de sacerdocio le regalaron directamente el pasaje, los trajes, la valija y así consiguieron que se vaya”, agregó.

“Su eje siempre fue la educación. Hoy que la educación está más en crisis, él apostó a la educación como modo de transformar la sociedad. Sus escuelas progresaron porque tuvo una increíble visión de futuro, encontró los lugares estratégicos donde radicarlas aún donde todavía no existían barrios… Eso no es dato menor: en San Antonio y San Martín empezó debajo de un árbol, al lado del arroyo. Los relatos en los medios sobre cómo fue construyendo esas escuelas son duros, él dice directamente que atrás del arroyo Chajarí era el basural y había que sacar urgente a la gente de esa situación, entonces creó la escuela. Era un rancho y ahí se daba misa también. Quería ocupar a los niños y a los jóvenes en cosas útiles”, sostuvo Daniela Zanadrea.
El tiempo libre de Max

“Todo el tiempo estaba haciendo, pensando… Le gustaba mucho pintar, dejó muchos dibujos. Pintó cómo a él le describieron la Estancia Santa Rosa cuando llegaron los inmigrantes; dibujó la capilla rural que encontró con un techo de paja, las capillas rurales que luego transformo. Se dedicaba a la música, tenía muchos amigos (los hermanos Maristas), visitaba muchas familias de Chajarí”.
Con el correr de los años, el Padre Max fue perdiendo su integridad física. “Tenía cáncer, pero lo importante es que nunca estuvo solo. En sus últimos años se reconcilió, a su manera, con todo el mundo. Su vida fue más tranquila, recibía a la gente, les daba consejos, les tocaba una canción en el piano… El había terminado mal con el anterior obispo porque quería continuar con sus obras, no le mandaba un párroco nuevo y él ya estaba enfermo. Pero cuando vino Cardelli como nuevo obispo y él se levantó para besarle el anillo, Cardelli se arrodilló delante del padre Max… Este gesto sintetiza su vida; el hecho de que la autoridad se reconoce por lo que uno hace en la vida…”, contó emocionada Daniela.
El padre Max murió “con su hábito puesto para dar la misa porque todo lo repartió antes de morir. Fue muy duro porque vinieron sacerdotes jóvenes y compulsivamente él quedó en su habitación y todas sus cosas las tuvo que regalar. Yo tengo algunos dibujos y todos los libros que Varini le había dedicado. Era un poco reticente a llevar sus cosas al museo, sobre todo sus cosas personales. Nunca quiso un busto. Está enterrado en Aldea Valle María donde está su familia, en un lugar que él eligió”.
Más allá de sus cosas personales que se encargó de regalar, el legado del Padre Max está en cada una de las obras, en cada corazón que tocó y en su ejemplo inspirador.