Todos conocemos el famoso “derecho de piso” que hay que pagar para ser parte de un sistema al que se quiere ingresar. En líneas generales, sería la naturalización del maltrato psicológico, en los inicios de un trabajo o del ejercicio de alguna función que se pretenda desarrollar.
Es, sin muchas vueltas, la aceptación pasiva y entregada, de un principiante frente a alguien o varios que, simplemente gozan con el privilegio de haberlo sido con anterioridad.
Feo, ¿no?
Darnos cuenta que pagamos con nuestro bien más preciado (la cabeza y el cuerpo) un derecho que, no es más ni menos, algo propio del camino evolutivo de cualquier proceso de desarrollo humano, es violencia.
Es admitir la violencia.
Someterse a la violencia.
A veces, también me pregunté porqué el otro actúa así o asá. Y alguna amiga me respondió con simpleza que se trataba de ese famoso derecho de piso que tenía que pagar. Entiendo, que para darme tranquilidad.
Pero también hay otra posibilidad: elegir el piso dónde quiero pisar.
Si para pisar tengo que someterme a reglas que atentan contra la empatía, realmente prefiero ahorrarme el dinero. No voy a pagar lo que no quiero comprar. Siempre, se puede elegir. Y aunque a veces uno crea que está condicionado por factores que lo encierran en esa dependencia, el costo emocional no tiene retorno.
Uno no siempre aprende a los golpes.
Hay gente que agradece las desgracias porque nos están enseñando que todo daño tiene un porqué que lo justifica.
Es la imposición de la sonrisa industrializada.
La exigencia de un ” estar bien” cuando está todo mal.
El mercado de la producción que ciega y elimina a quien está detrás moviendo los hilos.
No está bien pagar derecho de piso.
No está bien querer escalar en lugares donde hay gente capaz de cobrártelo.
No es gracioso.
No es natural.
Es violencia.
Es sadismo.
Es perversión.
Y el costo de no pretender pertenecer, es ganancia. Porque en el alejamiento surge la independencia del que nunca fracasa. Y ese, que nunca fracasa es, el que logra diferenciarse. Agarrar el bolso y decidir pisar un piso, donde sea hermoso caminar.