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26 marzo, 2021

Las Malas

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En esta historia, Camila Sosa Villada narra la historia de una comunidad de travestis en la ciudad de Córdoba. Relata vivencias de un grupo históricamente marginado donde se entrelazan la ficción, la belleza, la poesía, la mitología y la crudeza de la realidad.

 

De la misma forma en que Camila Sosa Villada narra algunos episodios de la vida de este grupo comandado por la Tía Encarna, la historia intercala momentos autobiográficos que van marcando el camino que la condujo hacia ellas. La vida de Sosa Villada, cuenta, estuvo manchada por la violencia, la rigidez de los roles de género y las carencias socioeconómicas: un padre autoritario y alcohólico, una madre que tuvo que asumir muy joven una vida llena de responsabilidades y desgarros.

 

Todas estas circunstancias parecen ser contadas para demostrar al lector que el cuerpo travesti o trans, no es solamente determinado por el género, sino que también es el resultado de diferentes injusticias y discriminaciones. Por esto, la posibilidad de traspasar estas condiciones para construir nuevas historias es básico para ella y para las integrantes de esta disidencia.

 

En el caso de la autora, comenzar a leer y a escribir le da la oportunidad de huir y de mentir: la escritura como vida posible se parece a la capacidad de transitar entre géneros para construir otras realidades y otros futuros:

 

 

“Las Malas” muestra situaciones reales de encierro de la vida siendo travesti, mediante figura literarias muy potentes, pero conjuga también algunas fantasías:

  • La Tía Encarna, una travesti de 190 años, que desafía la edad promedio de vida de quienes pertenecen a esta comunidad en Latinoamérica
  • María “La Muda”, que vive cada vez más encerrada porque le están naciendo alas y escribe un día en un pizarrón “quién me va a querer así”. Este personaje parece dar cuenta de la situación de encierro y ostracismo en la que viven algunas travestis.

 

La historia marca constantemente la diferencia entre el nosotros y el ellos.

Esta línea es la que cruzan a diario las travestis para hacer de su existencia algo político, visible y compartido con les demás. El simple hecho de salir a la calle es ya un acto performativo que reivindica su derecho a una vida digna. Esto lo muestra Sosa Villada en los diferentes episodios en que las travestis van por la calle no solo a merced de las violencias, sino cuando hacen de cada uno de estos recorridos algo festivo y alegre.

 

La casa de la Tía Encarna, el refugio en el que estas personas viven y se resguardan, está siempre en contacto con el exterior, con una fachada que poco a poco se llena de manchas, resultado de protestas contra su existencia, pero con una puerta siempre abierta para las compañeras heridas o lastimadas, para las amantes y para los amigos.

 

La autora también trata este transitar entre límites humanos y animales a través del personaje de María La Muda, una prostituta sordomuda que vive la mayor parte de su vida encerrada en la casa ayudando en diversas labores a la Tía Encarna y que cada vez pasa más tiempo en su habitación, debido a que se da cuenta de que se está transformando en pájaro.

 

El silencio y el ostracismo de ahora “María La Pájara”, también parecen dar cuenta de la situación de encierro de algunas travestis que, como este personaje, terminan confinadas a los barrotes de un deseo que parece ser siempre negado para las corporalidades disidentes: “En la pizarra mágica que usaba para comunicarse con nosotras, escribió: KIEN ME BA A QUERER. Qué podía responderle. El hombre que no quisiera a una mujer que prometía ser pájaro era un hombre estúpido y olvidable”.

 

Uno de los límites traspasados en los que más se centra la novela es el de la femineidad y la maternidad, debido a que gran parte de la historia se enfoca en el encuentro que tiene este grupo con un bebé abandonado entre los árboles de uno de los parques que frecuentaban. El bebé, que termina siendo bautizado como El Brillo de los Ojos y adoptado por La Tía Encarna, encuentra en esta comunidad una familia que lo protege.

 

Resulta importante centrarnos en el acento que pone la autora en los vínculos no sanguíneos de las familias diversas y en el hecho de que una travesti pueda llegar a convertirse en madre, rol que se considera inherente a las “mujeres”. Esto es un desafío a los límites de lo que se entiende como “natural” y pone esta categoría en duda. La maternidad de La Tía Encarna abre las puertas a nuevas formas de relacionarse, que no se basan en los géneros definidos, sino en el amor y el cuidado.

 

Luego de leer Las Malas, quedamos con la sensación de haber visto y reconocido otra forma de hacer comunidad: una nueva ética que defiende al otro con ferocidad y rabia, que sabe de vulnerabilidad y que, por eso, desmiente todo privilegio y aboga por espacios comunes de cuidado entre personas y especies. Una forma de celebración de la vida que reivindica el deseo, el cuerpo y el amor de algunes cuya voz nunca ha sido tenida en cuenta. Una conexión que desafía los límites del género para abrir nuevas posibilidades de abrazar.

 

 

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