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7 octubre, 2020

Mujeres que trabajan en el campo haciendo “tareas de hombres”: Paz Acevedo Miño y Mery Alfonso

Poco a poco muchos mandatos culturales que hemos heredado se van modificando, dando lugar a que la mujer comience a desempeñarse en tareas que le gustan y que fueron etiquetadas “para hombre”. María Paz Acevedo Miño y Mery Alfonso patearon el tablero. Trabajan en el campo en ocupaciones duras. Esta nota cuenta lo que hacen y a qué se enfrentan.

MARÍA ELENA ALFONSO (trabajadora rural) y MARIA PAZ ACEVEDO MIÑO (médica veterinaria).

Por Claudia Cagigas

María Paz Acevedo Miño es médico veterinario y trabaja con grandes animales (equipos y bovinos). María Elena Alfonso (Mery) es trabajadora rural. Ambas comparten la pasión por las tareas de campo, fundamentalmente aquellas consideradas “de hombres” en una sociedad que durante mucho tiempo dividió qué correspondía al hombre y qué a la mujer. Eligieron estar donde están, abriéndose paso con temple, firme personalidad y formación. Lograron demostrar que no hay cosa que el sexo impida realizar cuando hay determinación, conocimiento, buen desempeño y hombres dispuestos a cambiar su forma de pensar.

En Entre Ríos hay 1000 médicos veterinarios matriculados y sólo dos son mujeres que se dedican a grandes animales. María Paz es una de ellas. En el campo hace tactos, cesáreas, cirugías de prepucio, raspajes de toros, cirugías en general, revisaciones clínicas, entre otras tantas tareas; un trabajo que requiere gran físico y que implica riesgos.  

Mery Alfonso creció en el campo y aprendió los oficios desde muy pequeña. Es una mujer muy ágil, decidida, que se da maña para todo: le gusta subirse al caballo más brioso para juntar las vacas, le gusta trabajar en el corral, en la huerta, sabe carnear, manejar un tractor, acarrear leña, esquilar, alambrar, hacer mantenimiento general, tareas de carpintería que incluye la hechura de muebles, cancelas, corrales para oveja o lo que venga…

María Paz se dedica a grandes animales hace 10 años. Trabajó dos años en Corrientes y cuando llegó a Chajarí se puso al frente de la veterinaria de su padre, pero se sentía frustrada porque no quería hacer pequeños animales. Contando con el apoyo de su padre y de otros colegas que le fueron dando una mano, logró insertarse en el medio rural, el sitio que amó desde pequeña.

Mery trabajó en varias estancias y actualmente lo hace en Andares, Centro de Rehabilitación con Equinoterapia.

Entrevistadas en el programa EL ESPEJO (Radio Show Chajarí), contaron parte de su historia

MARÍA PAZ ACEVEDO MIÑO. Sobre 1000 veterinarios matriculados en Entre Ríos, sólo dos mujeres se dedican a grandes animales. Una de esas mujeres, es ella.

– En tus comienzos como veterinaria, ¿cómo te recibían cuando llegabas a un campo?

– María Paz (MP). Raro. No me hablaban mucho. Cuando preguntaba cosas no me decían todo lo que debían decirme. Pero una vez que me veían trabajar la cosa cambiaba. Creo que a la mayoría de las mujeres de los hombres que trabajan en el campo les gusta ese lugar y quisieran hacer lo mismo que sus maridos: salir a recorrer a la mañana, curar abichados y no lo hacen porque les toca quedarse con los hijos o porque son las cocineras del establecimiento…. Pero cuando yo empecé a ir, al brindarle la comodidad de tener una mujer en la manga, los hombres comenzaron a llevar a sus mujeres y hay momentos en que se trabaja en familia y está buenísimo.

– ¿Se requiere mucha fuerza física para el trabajo con grandes animales?

– MP. El trabajo con grandes animales es arriesgado, pero también se necesita fuerza. El hombre anda mejor por una cuestión de fuerza, hasta que empezás a meter maña y aprendés, por ejemplo, que tenés que meter la mano de tal manera para no forzar tanto tu cuerpo… Hoy puedo hacer 980 tactos por día porque agarré practicidad, no te digo que termino fantástica, el esfuerzo se siente, pero agarré cancha.

MARÍA PAZ ACEVEDO MIÑO. “Primero me tienen que ver en acción, después viene el respeto y cambia la manera en que me hablan”.

– ¿Confían en tu palabra o te tienen que ver en acción?

– MP. Si. Primero me tienen que ver en acción, después viene el respeto y cambia la manera en que me hablan. No me parece mal porque en todos lados pasa eso: tenés que hacer bien tu trabajo para ganarte la confianza ajena.

– ¿Cómo es el clima de trabajo en medio de tantos hombres?

– MP. Una vez un patrón me dijo que gracias a Dios había una mujer en la manga porque el ambiente que se respiraba era diferente y no se decían “ordinarieces”. Creo que se cuidan más cuando hay una mujer… Además, si me golpeo vienen todos a ver si estoy bien, pero si le pasa a un veterinario varón ni siquiera le preguntan.

– ¿Cómo son esas mujeres de campo que trabajan en la manga?

– MP. Curtidísimas. De un cuero gruesísimo, hacen el trabajo tan bien como el hombre, pero son más prolijas. El hombre es quizás más arrebatado. Con las mujeres se respira otro ambiente. Y eso se nota en cómo te echan las vacas, si las vacan llegan nerviosas o no, si comienzan a estribar. Con las mujeres se trabaja con más tranquilidad. Igual hay lugares donde son todos hombres y el trabajo es impecable.

MERY ALFONSO. “El campo deja cicatrices, pero me encanta lo que hago”.

Para Mery Alfonso la vida en el campo no es tan dura como parece, siempre y cuando te guste. Pero aclara que “el campo deja cicatrices” por los golpes y cortes que se sufre trabajando. Su cuerpo es un muestrario de tantos años de labor rural. A su turno, apuntó detalles de su historia.

– ¿Cómo comenzó tu vinculación al campo?

– Mery Alfonso (MA). Nací en Federal y siempre viví en el campo. Siendo yo chiquita, mi mamá fue a trabajar como cocinera a la estancia de Don Arturo Vera, quien con el tiempo se convirtió en mi abuelo del corazón. De ahí partió todo lo que soy hoy en día. Amo andar a caballo, andar con los animales, correr vacas arriba de un caballo, trabajar dentro de un corral… Después estudié en un colegio agropecuario de monjas, que era privado y ahí aprendíamos a hacer huerta, a ordeñar y los fines de semana volvía a la estancia. Trabajé en distintas estancias y me encanta lo que hago.

– ¿Actualmente dónde trabajás?

-MA. En Andares hago mantenimiento, corto el pasto, me encargo de los caballos, he hecho cosas en madera, muebles, cancelas, corrales para las ovejas… Durante muchos años trabajé con “Copo” Surt –a quien le estoy eternamente agradecida al igual que a mi abuelo del corazón- y fue él quien me abrió las puertas para trabajar en Andares.

Tanto Mery Alfonso como María Paz Acevedo Miño se sienten muy cómodas y realizadas con sus trabajos. Llegaron a un lugar donde pocas mujeres han podido llegar hasta el momento, no sólo por su tenacidad sino también porque poco a poco comienza a notarse un cambio generacional y una apertura mental que posibilita pensar, aceptar y valorar el trabajo de la mujer en roles diferentes a los tradicionalmente esperables.

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