El Castillo San Carlos está ubicado en Concordia. Es un paraje con un sinfín de historias, misterios y leyendas que contar.
Por Marisa Domínguez
No descubrimos nada nuevo si hablamos de la belleza arquitectónica y el palacio natural que hasta nuestros días representa el Castillo San Carlos, o puesta en valor de las ruinas que aún conservan su esencia.
Un paraje ubicado a poco más de 80 kilómetros de la ciudad de Chajarí, uno de los atractivos que presenta la ciudad de Concordia es el Parque San Carlos, antiguamente denominado también Parque Rivadavia, dentro del cual se encuentra su castillo y un sinfín de historias, misterios y leyendas que contar.
Y uno de esos misterios, que jamás fue resuelto es: ¿Por qué los dueños de semejante paraje verde y natural, de semejante lujo y poderío económico, un día desaparecieron sin dejar rastro?
El conde Édouard Demachy, hijo de un acaudalado banquero francés fue uno de sus dueños. Contra la voluntad de su padre, éste contrajo matrimonio con una artista de los escenarios parisinos y abandonando su tierra natal arribó a América en busca de nuevos horizontes. Fue así como llegó a suelo entrerriano, más precisamente a la ciudad de Concordia.
Demachy, junto a su esposa y a un hijo de corta edad se alojaron inicialmente en el Hotel Colón, frente a la plaza principal del pueblo incipiente –hoy apenas se sostienen los cimientos de aquel recordado hotel-. Con el tiempo se trasladaron a lo que hoy que conocemos como Parque San Carlos, donde construyeron a gusto y piacere el castillo y gran mansión.
El conde fue descripto por los antiguos moradores como un hombre de alto porte, de muy buen vestir, con reputación de soberbio, siempre trasladado por la ciudad en esplendidos coches tirados por animales, comúnmente llamados carruajes.
Manejaba fábricas de conservas y hielo distribuidas en el pueblo y sus alrededores; mientras que la vida de mucho lujo y ostentación eran el sello distintivo de la familia Demachy donde quiera que vaya.
Pero cuenta la historia que un día sereno y de mucho sol “como si hubiera querido alumbrar un camino o presidir una marcha”, un barco zarpó y se perdió en las tibias aguas del río Uruguay, llevándose consigo al conde y a su familia sin dejar rastro ni explicaciones algunas.
Allí estaba él, el monstruo arquitectónico, el monumento al lujo y el encanto de su porte que alguna vez supo inspirar a Saint-Exupéry para escribir su gran obra titulada “El Principito”. Permanecía allí, mirando al río y esperando que algún día el conde decidiera regresar.
La historia data de 1891, desde entonces no se supo nada del francés y su familia; y allí quedó lo que hoy se conoce como las ruinas del Castillo San Carlos, que pueden ser vistas y recorridas por cualquier visitante o lugareño, ya que hace pocos años fueron puestas en valor y acondicionadas para recibir todo tipo de consultas.
En el subsuelo, sector de cabelleriza, en la actualidad funciona un Centro de Interpretación donde descansan los recuerdos y donaciones que dan origen y valor a esta historia. Dentro de su más reciente incorporación se encuentra la donación que efectuó la familia Moulins: un libro contable que en 1910 cayó de un carruaje que trasladaba a la familia Demachy.
¿Cómo la familia Moulins se hace de esta reliquia hoy tan valiosa para la historia? Según contó la guía oficial del castillo, Silvina Molina, “en 1910 el padre de la familia junto con su primo Enrique, siendo “gurisones”, se iban a pescar y en el camino, que era de tierra, vieron cruzar el carruaje que trasladaba a la familia Demachy. Debido a las condiciones que en aquella época presentaba el camino, el coche venía a los saltos y perdió un bulto. En ese momento los chicos corrieron hasta el carruaje para devolverlo, pero éste siguió velozmente su camino. Entonces se lo llevaron a su casa y se encontraron conque era un libro realmente muy pesado. Pasó el tiempo y nadie lo reclamó, por lo que la madre de la familia Moulins le hizo prometer a sus hijos que lo donarían cuando allí se instale un Centro de Interpretación y el castillo sea puesto en valor. Así fue”.
Como ésta, hay cientos de historias que se tejen en torno a la familia Demachy y al Castillo San Carlos; sin embargo no fue hasta el pasado año donde alguien pudo confirmar donde descansan sus restos. La confirmación llegó de la mano de Omar Espinoza, aviador uruguayo que se radicó en Paris hace 35 años y en el año 2015 le devolvió la esperanza a los guías turísticos e historiadores entrerrianos de cerrar un círculo.
Espinoza confirmó que en el cementerio del Père-Lachaise, uno de los más grandes de París y uno de los más conocidos en el mundo, descansan los restos del conde y su esposa, sin embargo nada se sabe de su único hijo.
El aviador describió que pese al poderío económico, la tumba de los Demachy está como detenida en el tiempo y descuidada. Contó que hasta tuvo que correr musgo de las lápidas para poder leer los nombres. Pero hoy, al menos, se puede conocer que el dueño de la casa que constituye uno de los principales atractivo turístico concordiense, nació el 4 de mayo de 1854 y falleció el 19 de octubre de 1927 a los 73 años. Su esposa, Antoinette Yolande de DeCorbiel, nació el 10 de setiembre de 1859 y murió el 29 de marzo de 1926 a los 66 años de edad.