Florencio Daniel “Pitito” Zambón tiene autoridad para hablar de la noche de Chajarí y los cambios en las formas. Fue el fundador de varios boliches bailables. El último, Punta Verde, fue seguramente su obra más preciada porque añoraba darle a la ciudad un boliche con infraestructura de vanguardia. Pero, finalmente, también terminó cerrando por esas cuestiones inentendibles de las modas…
Por Claudia Cagigas
La noche, las formas de divertirse, los códigos, las costumbres han cambiado a lo largo del tiempo y en pocos años las diferencias se notan. La vida es cambio, dinamismo, una transformación continua de las construcciones sociales y de las personas. Somos parte de un todo y juntos cambiamos, nos demos cuenta o no, sean cambios positivos o no.
Florencio Daniel “Pitito” Zambón tiene autoridad para hablar de la noche de Chajarí y los cambios en las formas. Fue el fundador de varios boliches bailables, aunque él asegura que “el que trascendió, el que fue famoso, fue Batuke 1, 2 y 3. Pero antes hubo un bolichito frente al Comas -por calle Sarmiento- que se llamó Vudú. Hugo Tarditti era uno de los dueños”. Hugo fue quien entusiasmó a Pitito y a su hermano Chuchi -que por entonces tenían un almacén-, para abrir un nuevo boliche. “Así comencé, porque terminaba de dejar la música en el grupo musical Zafiro. Fui el primer disk jockey de Batuke 1, que estaba en el triángulo donde confluyen Sarmiento y Entre Ríos”, dijo en el programa EL ESPEJO (Itel Radio 91.9 e ItelTv).
Un tiroteo y el nacimiento de Manitú
Batuke 1 había nacido con Hugo Tarditti, Pitito Zambón y su hermano “Chuchi” Zambón en 1972. Pero un hecho lamentable hizo que Pitito se alejara y decidiera abrir otro boliche. “Nos tirotearon la puerta y lo prendieron fuego. El hijo de un jefe de Policía había peleado con otros en la calle, se trajo unos amigos de Federación, todo sucedió afuera, pero se desquitaron con el boliche. En las declaraciones dijimos que no vimos nada porque fue así. Cambiamos los vidrios y volvimos a abrir. Yo vendí mi parte -ya Hugo no era socio- y abrí otro boliche -también con mi hermano- que se llamó Manitú. Pero lo abrí para parejas, nunca me imaginé que la gente iba a asociar pareja con trampa”, recordó extrañado.
A los 9 meses Manitú dejó de ser para parejas y se convirtió para todo público. “Mi hermano tuvo que cerrar Batuke porque la gente es un rebaño, si uno cruza uno la calle, los otros van detrás y con los boliches pasa así también. Punta Verde fue el último boliche que armé. Cambiamos sonido, tuvimos una cosa maravillosa, luces y los chicos nos empezaron a abandonar por un baile en un campo. El problema es la mentalidad, Chajarí nunca tuvo mentalidad para cuidar lo bueno”, opinó.
Antes de los boliches
Antes de la aparición del primer boliche en Chajarí, había bailes en otros lugares y, de acuerdo al lugar, dependía la categoría del mismo. “Primero los bailes en el Club Vélez, el Club Social, el Club Santa Rosa, el Club 1° de Mayo y algún bailongo en algún lugar de la orilla de Chajarí. Después estaban los bailes de la colonia. Había pistas de moda como la Pista Masetto, que estaba para el lado de la Villa del Rosario. La pista de la Florida era un gran galpón y nosotros, con Los Peniques, andábamos tocando por ahí… Por ahí nos tocaba una pista al aire libre, de tierra, antes pasaba el regador, pero después tenías que ir a bañarte”, sonrió.
El lenguaje de bailar lento
Una de las costumbres que se ha perdido a lo largo del tiempo es el bailar lento. Sin embargo, hasta no hace tantos años era el momento más esperado, porque habilitaba a que dos personas que se gustaban tengan la posibilidad de bailar pegados y, tal vez, iniciar un romance…
El bailar lento implicaba toda una técnica que había que conocer. “Comenzabas con la mano arriba, después la mano ya pasaba a la espalda y después también estaba el bailar mejilla a mejilla. Ahora, cuando la mujer te atajaba con las manos ya estaba todo dicho, no había mucho por hacer”, explicó Pitito Zambón.
“El lenguaje de una pareja que está bailando algo que les gusta es hermoso y muy particular. Y los chicos de hoy no lo saben. No sé qué pasó, porque ya cuando tenía Punta Verde, en 1998, la pista estaba llena de mujeres bailando y de varones con el vaso alrededor de la pista. Después se cambió por el celular; parecía que perdían el machismo si salían a bailar con la novia, aunque siempre había ‘ovejitas negras’ que bailaban juntos porque estaban enamorados”.
Los excluidos para cuidar la salud del boliche
Dentro de las costumbres de Chajarí que tienen que ver con la noche -lo cual sospecho que no se ha modificado tanto- en la época en que nacieron los primeros boliches e incluso en la época de los bailes en los clubes, ya había “personas que no debían entrar por la salud del boliche”.
Sobre el particular, Pitito recordó: “Bien cosa de pueblo: si fulanita va, mi hija no puede ir ahí… Existía la discriminación abierta. Entonces ‘esas chicas’ ya ni se arrimaban porque en ciertos clubes no las dejaban entrar… También había chicos con famas de revoltosos, las chicas tenían otra fama… Eso duró poco, por suerte. En mis boliches nunca se le prohibió la entrada a nadie. Incluso fui un adelantado en dejar entrar en zapatillas, cuando se usaba mocasines y medias. La zapatilla apareció un buen día y se popularizó. Antes era un calzado de pobres”.
¿Cuándo comenzó el excesivo consumo de alcohol?
“No sé en qué momento cambió eso. Antes el consumo de alcohol en las mujeres era raro, los varones tomaban bastante pero generalmente las mujeres no. Hoy tenemos un consumo problemático de drogas y de alcohol. Cuando cerré el Punta Verde, hace 10 años, Chajarí ya había cambiado mucho … Yo nunca vi droga, sé que por ahí venía gente de afuera, se fumaba un porro y vos te enterabas después. Incluso hoy hay lugares donde el mismo dueño la provee”, contó en EL ESPEJO.
El alto costo del trabajo en la noche
Pitito no reniega del camino recorrido. Sin embargo, el precio que se paga por ejercer esta actividad a veces es alto, tanto si hablamos de dinero como del plano afectivo.
“Cuando el boliche funciona, es muy buen negocio. Pero de golpe deja de funcionar y si no habías hecho un fondo para innovar, estabas en el horno. Mi estrategia era cambiar de lugar. El quinto lugar donde tuve boliche fue Punta Verde y esa fue mi única propiedad”, rememoró.
En lo personal, el costo también se siente. “Te aclaro que me encantaba trabajar en eso, aunque había noches que eran para el olvido porque iban dos o tres a desarmarte todo. Y no hablo de dinero. Nunca amé la plata y duermo bien si no la tengo. Mi primer matrimonio fracasó, no digo que por mi trabajo en la noche porque cuando me casé yo ya trabajaba en un grupo musical. Pero por ahí, las amigas de mi mujer largaban comentarios como ´yo no aguantaría un marido bolichero´ y esas cosas van haciendo mella… Lo cierto es que no nos entendíamos. Yo siempre fui muy pacífico. Ese matrimonio duro poco, tuvimos dos hijas que amo. Luego tuve una segunda esposa y un hijo, el matrimonio terminó por otras razones y ahora vivo con una tercera esposa, Rosita Chaparro, que una maravilla. Ella iría conmigo al boliche. Pero no me arrepiento de nada”, sintetizó Pitito.
La familia de origen
Para cerrar la nota, quisimos saber algo más de este hombre emblemático de Chajarí. ¿Cuáles fueron sus orígenes, cómo estaba compuesta su familia, dónde vivía, cómo fue su infancia?
“Mi mamá y mi papá tuvieron nueve hijos. Vivíamos en el campo, en San Francisco, entre Juan Pujol y Monte Caseros. Soy correntino pero anotado en Chajarí. Vine a los 7 años, mi papá nos trajo a vivir acá, era camionero, almacenero, tenía molino de harina de maíz, era muy laburador e ingenioso y quería que nosotros estudiemos. A mi mamá se le murieron tres nenas, después me di cuenta la vida que pasó… Ella no contaba nada, no se sabía nada, no se decía nada en aquella época, pero la recuerdo siempre con un batón oscuro, triste, aunque era muy dulce… A mi papá le decíamos ‘usted’. Y no era un hombre recio. Mi mamá sí, era de la chancleta, ella nos hacía unos tatuajes hermosos…”, recuerda bromeando.
En la casa natal operaba la división del trabajo. “El que secaba los platos al otro día lavaba; picábamos leña, hacíamos de todo, nos guste o no, era natural”.
La casa donde nació en San Francisco, todavía está en pie y está en proceso de restauración. “Me di cuenta de grande, que nací en una casa de adobe. Hoy todavía está en pie, la compró un señor de Buenos Aires y la está restaurando, hace poco fui a verla. Allí hay un club, una capilla, una escuela, muchas quintas. Ahí mi viejo tenía un almacén. De noche teníamos luz y radio porque mi papá tenía unas baterías que cargaba con el molino y no nos dábamos cuenta de eso, de lo que implicaba tener electricidad en aquel momento. El agua era con brocal, esos pozos anchos cavados en la tierra”.
Pitito asegura que siempre tuvo mucha libertad, pese a las reglas familiares que había que cumplir y que lo formaron como persona de bien. “Tuve mucha libertad, pero teníamos que cumplir con las tareas asignadas. Otra cosa, hasta que no llegaba mi viejo no comíamos y no era una dictadura, era una costumbre y la respetábamos”.
Sin lugar a dudas que queda mucho por hablar, pero este repaso por nuestro pasado cercano, en boca de uno de sus protagonistas, es un jugoso testimonio que nos complace compartir.