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7 septiembre, 2021

“La Casa Vieja”: una historia real y cruel que narra la vida de Antonia, confinada en un leprosario allá por la década de 1950

María Silvina Hartwig nos presenta su libro “La Casa Vieja” en El Espejo (RadioShow), y nos cuenta una historia de recuerdos olvidados, de injusticias y de mandatos patriarcales.

EN “LA CASA VIEJA”, MARÍA SILVINA HARTWIG CUENTA LA HISTORIA DE SU BISABUELA ANTONIA; UN SECRETO FAMILIAR CELOSAMENTE GUARDADO QUE LOGRÓ SACAR A LA LUZ CON MUCHO ESFUERZO.

Por Atilio Amerio

De pronto sucede que nuestro espíritu se ve encandilado por algún hecho (¿fortuito?) que nos sucede mientras estamos trabajando o realizando nuestra actividad cotidiana. Pasan esas cosas. Son experiencias de la vida de otros, temas fuertes, difíciles de abordar porque por lo general son añejas, y están cubiertas por mantos espesos de olvido y de abandono.

Tal fue el sentimiento de este cronista cuando María Silvina Hartwig comenzó a contar la historia de “La Casa Vieja” en El Espejo (RadioShow). Confieso que me atrapó de inmediato y quedó, además, dando vueltas por mi cabeza durante varios días. Aún hasta el momento de redactar esta crónica.

Luego del programa de ese sábado, salí de la radio y camino a casa fui haciendo un repaso mental de la historia de la bisabuela de Silvina, Antonia, abandonada en un leprosario lejano allá por la década de 1950. Y conste que no estoy spoileando el final del libro, simplemente porque ese no es el final.

Antonia Bachmann nació a bordo del barco que traía a su familia desde Alemania, a principios del siglo pasado. Sí, así como lo leen: su llegada al mundo fue en el medio del océano Atlántico, en uno de esos buques cargados con la esperanza de miles de almas buscando un destino feliz, un lugar que los acogiera con la  paz y con la abundancia que no conocieron en su tierra natal.

En Colonia Alemana hallaron la tierra prometida. Construyeron casas y formaron familias, y emprendieron tenaces el desafío de hacerse amigos de la naturaleza para proveerse del sustento vital. Antonia creció, se casó con Alfredo Hartwig, de quien enviudó muy joven; y tuvo varios hijos y nietos, y parecía que en su “Casa Vieja”, la vida transcurriría plácida y tranquila hasta el final de sus días. Pero no fue así.

Una pequeña mancha en la cara, un viaje al hospital Koch de Concordia, un estudio y un diagnóstico certero y lapidario: estaba infectada con el bacilo de Hansen, y para ello no había cura disponible. Debía recluirse en un lazareto, lejos de su pueblo y de sus afectos, de sus plantas y de sus flores, de su cocina y de sus dulces, porque la lepra, sí, esa enfermedad temida y terrible, se había metido en su vida sin pedir permiso. “Quedó atónita, sin habla cuando le dijeron lo que tenía”, relata Silvina.

Fidanza

Y fue así que, a sus aún vitales cincuenta años, fue llevada e internada en el leprosario de Diamante, en Colonia Fidanza, muy lejos de Colonia Alemana, para realizarse el tratamiento que intentaría revertir su enfermedad. Y al cabo de dos años el tratamiento tuvo éxito. Y al cabo de dos años Antonia se curó. Y al cabo de dos años Antonia estaba sana de nuevo y lista para volver a su vida anterior… pero eso no ocurrió.

La familia decidió que no era seguro que ella retornara a vivir a “La Casa Vieja”. El miedo, el prejuicio, los mandatos patriarcales fueron más fuertes que las ganas de Antonia por volver. Durante más de treinta años ella intentó y pidió y rogó y lloró por que la fueran a buscar. ¡Estaba sana! No había motivos para semejante destierro. Hasta que a los ochenta años murió en el leprosario de Colonia Fidanza, lejos de todo y de todos.

“Ben Hur”

Silvina va hilvanando esta historia y la emoción nos gana a todos. Se siente en el aire, en el clima, en las palabras. Ella, bisnieta que no conoció a Antonia, siempre se preguntó por qué en el cementerio de Colonia Alemana, había un hueco, un vacío junto a la sepultura de su bisabuelo Alfredo Hartwig. La respuesta que recibió fue que aquel lugar, lleno de nada, estaba reservado para la bisabuela que nunca había regresado. Y algo sintió Silvina en su corazón, en su alma, en su sangre. Tenía que ponerle palabras a esos silencios. El torrente de la injusticia, de la rebeldía por sanar las heridas de la historia, de su historia, la historia de la bisabuela Antonia. Y una tarde sucedió que conoció la verdad. Con un grupo de amigos había ido al cine de Chajarí a ver “Ben Hur”, aquella famosa súper producción de Hollywood, con Charlton Heston en el papel principal. La historia cuenta que la madre y la hermana de Ben Hur (Cheston) estaban recluidas en una cueva en una montaña porque estaban leprosas. Eso impresionó fuertemente a Silvina, tanto que al volver a su casa lo comentó con su madre. “Eso es lo que tenía tu bisabuela”, fue la reveladora respuesta. A partir de ahí, el final de la historia pasó a tener fecha.

En el año 2011 Silvina junto con su padre Quique y su tía Pipeta fueron hasta el (ex) leprosario de Fidanza, a buscar la tumba de Antonia. Preguntan al encargado, que los mira con extrañeza, y luego dice: “Ahhhh… los olvidados… Sí, tiene que ir hasta el fondo del campo, ahí pasando los chiqueros está el cementerio  viejo…”

Los olvidados

“Parecía el cementerio de las Malvinas”, nos cuenta Silvina. “Todas las tumbas iguales, con sólo una chapita con los nombres… Fuimos buscando una a una, hasta que mi tía Pipeta grita ‘Acá, acá está, la encontramos’, y cae arrodillada, llorando frente a esa sepultura abandonada… Nos abrazamos los tres, Pipeta, papá y yo; lloramos, dejamos flores que habíamos llevado especialmente desde Colonia Alemana. Y yo supe en ese momento que había que hacer algo más…”

Silvina logró realizar los trámites para la exhumación de los restos de Antonia y trasladarlos hasta el sitio que desde hacía décadas la estaba esperando. Ya no más olvido, ya no más abandono. El rompecabezas llegaba al final porque recibía la pieza perdida, la pieza que faltaba.

En una emotiva ceremonia celebrada bajo el rito protestante, los restos de Antonia fueron sepultados junto a los de su esposo Alfredo, en el sitio que desde aquél día nunca más  volvió a estar vacío. La bisabuela Antonia Bachmann de Hartwig había vuelto a casa.

Y esta vez, para siempre.-

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