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29 diciembre, 2016

Javier Fernández habla de su alejamiento de la vida religiosa

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Por Claudia Cagigas

Javier Fernández es de Chajarí. Tenía apenas 12 años cuando decidió dejar su familia e irse a estudiar a Córdoba, bajo la dirección de los Hermanos de la Instrucción Cristiana; una congregación muy similar a la de los Hermanos Maristas. Pasaron los años y Javier abrazó la vida religiosa, convirtiéndose en Hermano de dicha institución. Viajó por el mundo cumpliendo distintas misiones, trabajó con niños, con adolescentes, hasta que con treinta y pico de años decidió que esa etapa había llegado a su fin, que ya no podía sostenerla, que deseaba retirarse y vivir la vida de un laico. Y así fue… La decisión no fue fácil sino producto de un largo proceso. Esta historia debe servir de ejemplo para aquellos que se sienten atrapados en algo que ya no desean y que no los hace felices: un trabajo, una carrera, una relación, lo que sea…

 

En el caso de Javier la añoranza de la familia tuvo mucho que ver. “La familia es irreemplazable, la cercanía, la intimidad de familia; sobre todo en fechas tan importantes para los cristianos como la Navidad, en que a los más jóvenes nos tocaba acompañar a personas –religiosos- de otra nacionalidad que no podían volver a su país porque estaban enfermos o porque todavía no podían volver a su casa de vacaciones, o porque o podíamos dejar los colegios solos”.

 

Pero no sólo las fechas religiosas iban calando hondo, sino también los momentos especiales que la familia pasaba y en los que Javier no podía estar presente. “Toda esa vivencia que no teníamos también alentaba ese deseo de estar presente en casa. El poder que tiene la parte afectiva es muy fuerte y cuando eso no se cuida, con los años te pasa la boleta hasta que un día te decís: esto se valora pero no lo puedo sostener”.

 

A pesar de las reglas para todo; de los horarios estrictos para acostarse, levantare, rezar y demás, Javier pudo ejercer su libre albedrío, cuestionarse, pensar y decidir. “Yo tuve formadores que me han ayudado a cuestionar las cosas con apertura, con delicadeza, con respeto. Religiosos jesuitas de la misma generación de Bergoglio, personas con mentalidad muy abierta, muy estrictos a la hora de exigir pero que me ayudaron a pensar por mi mismo aunque eso es arriesgado… Una decisión no se toma de un día para otro, sino que se va tejiendo, se va rumiando y comenzás a preguntarte ¿esto me da sentido o no? Lo valoro, pero ¿hasta dónde puedo responder? Sobre todo cuando hay niños y jóvenes de por medio, porque uno pasa a ser referentes de ellos. Eso me hizo pensar hasta dónde podía sostener la situación, hasta dónde podía sostener una tapia en ruinas, hasta dónde podía sostener una institución en la que no daba más. Yo quería vivir, no sobrevivir, hay que animarse a decirlo porque sino uno llega a vivir sin sentido y ese vacío se paga caro. También es arriesgado volver de adulto y arrancar de cero, sobre todo cuando uno ha pasado varios años fuera del país o de la ciudad. Ahí esta nuevamente el sostén de la familia y los amigos y eso no tiene precio”.

 

Toda decisión tiene su costo y en el caso de Javier también. “El desafío pasa mucho por la interna de la institución donde me tocó vivir. Hubo sectores que lo venían como una traición por el trabajo que me tocaba hacer; otros mostraron desconcierto y también hubo hermanos mayores, de 50 o 60 años que me apoyaron, que me dijeron ‘te valoro y te admiro porque ese paso yo no me animé a darlo’”.

 

Hoy, en su vida de laico, Javier Fernández sigue en relación directa con jóvenes. “A los gurises donde trabajo les digo que tengan en cuenta que las decisiones de uno afectan al contexto. Uno es un ser social, hay personas que dependen de uno y las decisiones mal tomadas también afectan a los demás. Nuestra cultura occidental es muy individualista y se olvida que no estamos solos. Lo que pienso y lo que siento, aún cuando no lo diga, tarde o temprano lo transmito porque soy una unidad”, concluyó.

 

Gracias Javier por tus sinceras palabras y por tu aliento a vivir la vida siendo fieles a lo que uno piensa y siente, con decisiones tomadas con responsabilidad.

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