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4 diciembre, 2016

Esa noche

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Por Cecilia Capovilla

No era un día normal, ella lo sabía, y le gustaba la sensación de experimentar esa hazaña. Pero, ¿era una hazaña verdaderamente o era probarse a ella misma que podía, que estaba en condiciones de entregarse nuevamente a las pasiones físicas, a las espirituales que hacia mucho que ya no existían?

 

Lo tenía claro, vaya si lo tenía… Una mujer integra, que todavía conservaba la figura de los 30, pero con la sabiduría de la experiencia, la calma de ya no esperar nada a cambio, la racionalidad de quien ya no juega con los sentimientos a cuesta, la soltura de la justa palabra en cada momento, pero por sobre todo la inquietante tranquilidad de saberse sin nada que perder ni nada que ganar.

 

Así estaba dada la situación, cuando partió en su auto hacia el lugar acordado. En el camino, se le vinieron todas las imágenes de la última cita con quien había sido su entrañable pareja por 15 años. Quizás su único amor, inquebrantable, con quien ni siquiera hubo necesidad de terminar, porque con la ultima mirada los dos supieron que todo estaba terminado, que no quedaba nada de una relación que había tenido de todo, pasión, encanto, lujuria, entrega, y tal vez amor. Sí, también amor, se dijo en un momento, cuando se disponía a estacionar su auto en la playa de estacionamiento del restó de moda.

 

No había pensado si podía ser, no había planteos, sabía que no era más que un par de horas y todo se terminaba, se acababa. La noche era más que preciosa, estaba entrando la primavera, la brisa del mar se hacía sentir, el aroma de las flores del jardín impregnaba de una manera especial. El invierno había sido muy crudo, tal vez, por eso lo sentía más, pensó.

 

Antes de ingresar decidió caminar por el muelle cercano, la seducía la brillantez de una noche acompañada con la claridad de una luna blanca. La miró y pensó cuánto hacía que no la miraba y no la sentía tan cerca.

 

Las olas golpeaban el muelle y el susurro del mar parecía que le hablaba, pero ella no le contestaba, estaba entregada a sentir; iba a ser  una noche de sensaciones, así se lo había imaginado y así sería, no iba a dejar que nada lo estropeara.

 

Después de dar unos cuantos pasos más decidió volver y entrar. Era casi la hora pautada, fiel a su puntualidad, a la hora en punto estuvo sentada en la mesa reservada para tal fin.

 

Miró el reloj y fue suficiente para saber que después de esta noche nada seria igual, estaba destinada, ella había elegido este destino, y ahora él se le presentaba frente, sin avisar, sin llamar, simplemente estaba ahí, parado frente a ella.

 

No había más que mirar, animarse a mirar, animarse a enfrentar lo que en un segundo se dio cuenta era el cambio de su vida, el cambio que inconscientemente había estado esperando. Pero cuando levantó la vista, nada era igual a lo imaginado, nada era igual a lo esperado, lo deseado, lo necesitado.

De repente todo… no pudo controlar la situación, no pudo o no quiso, en un segundo el cambio fue total, inesperado.

 

Cuando enfrento la mirada de quien estaba esperando, él con una sonrisa a medias y con la espera esperada, le dijo: ¿Era necesario que pasará tanto tiempo?

 

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