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16 octubre, 2016

El monumento a la imperfección que más amamos

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Por Marisa Domínguez

Ella que tiene la capacidad de ser todo al mismo tiempo, ella que es tan sabia y ama como nadie sabe amarnos, ella que puede resolver desde un simple raspón hasta los dolores más grandes, ella que sabe tanto de manualidades, matemáticas, algebras y hasta incluso de la vida, ella que es el ser más bello y sagrado que existe en esta tierra; es al mismo tiempo el monumento a la imperfección que más amamos.

 

Ella nació un día como vos y como yo sin saber nada de la vida, ella no fue a ninguna universidad ni nadie se detuvo a enseñarle jamás como era llevar otra vida en su vientre. Ella que cualquiera podría idolatrar, ya lo sé, tiene cientos de errores y lejos está en ella buscar la perfección, porque con un beso o un simple gracias ella ya se conforma y se consagra.

 

El primer amor, la primera voz que escuchaste, la primera caricia que te dieron, la primera sonrisa que viste, el primer aroma que reconociste, la única que supo cómo calmar tus llantos, la única que pudo siempre darte un lugar confortable, la que admiras, la que añoras, ella es simplemente una mujer más…

Sin embargo, basta con verla caminar, su figura ha ido mutando con el paso del tiempo pero su voz siempre sonará igual para reprenderte o para dar un sabio consejo, aunque ello solo venga como en un sueño, como un recado desde lejos.

 

Nunca nadie se ha detenido a verlas y hay quienes hasta las recuerdan solo en fechas comerciales; pues ahora esta grande, ya no se desvuelve como antes, su enseñanza ya fue recibida y su legado pasado. Que pobres son aquellos que no pueden ver que detrás de ese ser imperfecto está la fuente que por siempre calmará nuestra sed; y sí, los años han pasado y tal vez en ella solo queda la experiencia –lo poquito que le ha ganado a la vida- pero en esa experiencia está el manantial sagrado y el faro que eternamente alumbrará tu camino.

 

Es cierto, es una mujer como cualquier otra, no tiene nada de especial pero desde luego es el monumento a la imperfección que más amamos porque el amor que ella ofrece, el amor de madre, es el único capital que puede dejarnos de herencia y no se mide en billetes, es el único capital que nunca quiebra.

Una mujer de carne y huesos que un día se consagró como tal, con tu llegada. Que aprendió a sobrevivir los cambios generacionales, que mutó tantas modas como los años proponían, que se aggiornó a los tiempos, que mata y muere -si es necesario- por su sangre.

Esa mujer imperfecta a la que llamamos mamá, nadie puede saberla con defectos, pues ante nuestros ojos siempre será única o al menos será un monumento a la imperfección, ese que siempre te acunará entre sus brazos, aunque hoy le quedes demasiado grande.

A las guardianas de nuestras vidas, a las que están y a las que ya partieron pero cuidan desde lejos…

 

Quienes hacemos El Espejo, les deseamos:
FELIZ DÍA MAMÁS!!!

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