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6 abril, 2021

Eduardo Monzón: Nuestro ángel de la bicicleta

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Lo extrañamos a Eduardo… Sobre todo en estas fechas en las que se hacía indispensable charlar con él, compartir las memorias de aquellos tiempos duros; épocas difíciles en las que pensar, estudiar y ser joven eran riesgos mortales. El sábado 27 de marzo lo recordamos en El Espejo (Radio Show Chajarí), junto con la profesora Daniela Zanandrea.

Por Atilio Amerio

Lo extrañamos a Eduardo… A pesar de que nos duele rememorar sus relatos de tortura, de soledad, de frío; de sensaciones inabarcables y en cierta parte incomprensibles para quienes no las hemos vivido en carne propia.

Eduardo era nuestro ángel de la bicicleta. Fue su medio de transporte preferido, y sobre ella solíamos verlo andando por las calles de Chajarí, y por el barrio en el que vivía y éramos vecinos, El Naranjal.

“Su frase favorita fue –y es- ‘Siempre por un mundo mejor’, nos cuenta Daniela. “Vivió coherente con su ideología, con sus ganas de transformar la sociedad, pero siendo siempre autocrítico y reflexivo en cuanto a su pensamiento y en cuanto al momento histórico en que le tocó vivir. Siempre fue crítico de los métodos que algunos jóvenes, en aquel tiempo, decidieron utilizar. Nunca apoyó la lucha armada, ni nunca ejerció la violencia. Hoy en día, en democracia, es muy difícil comprender aquel mundo de extrema violencia y de gran efervescencia ideológica de los años setenta. Y Eduardo siempre les remarcaba esto a los jóvenes en sus charlas”.

Daniela, entre muchas otras cosas, guarda especial recuerdo sobre la definición de los derechos humanos básicos: “Eduardo hablaba de paz, de solidaridad, de comida, de salud, de vida sana, de equidad, de esperanza, de creatividad, de trabajo, de libertad, de educación. De aprender y de enseñar, porque, ¿qué pasa si en la escuela no se enseñan determinados temas, como derechos humanos, pueblos originarios, o educación sexual? La sociedad no se transforma… Otra frase que siempre repetía era: ‘No es demasiado, no es imposible. Todo es posible’; acuñada en los años de cárcel en el penal de Rawson, en la provincia de Chubut… Imagínense un muchacho de Chajarí, criado y acostumbrado al clima del Litoral, que lo secuestran en Resistencia y lo mandan a un presidio en la Patagonia… El frío, la soledad, el miedo a morir, los castigos y los tormentos durante ocho interminables años”.

De esto nos cuenta en su libro “Sobrevivir”, que ya desde el título nos sitúa en las coordenadas mentales correctas: la advertencia de lo que vamos a leer página tras página. Eduardo sobrevivió: lo que parecía imposible alguna vez, fue posible. Pero muchos otros quedaron en el camino, y hoy no están para contarnos su historia.

El autoritarismo trasciende los cuarenta y cinco años del golpe militar”, sigue Daniela. “El silencio cómplice, los secretos a voces, el no te metás, el algo habrán hecho: todo esto la democracia, la sociedad, aún no lo superó. Los sobrevivientes de la última dictadura cívico militar tuvieron, por parte de la sociedad, un tratamiento similar al de los ex combatientes y veteranos de Malvinas: se los negó, se los escondió, se los acalló.  Nadie, como ciudadanos de este país, quería ver sus propias frustraciones y cuentas pendientes reflejadas en ellos.”

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En el año 2017, un gran amigo me prestó el libro de Eduardo. Y digo gran amigo porque los bibliófilos sabemos que los libros no se prestan… Juro que se lo devolví (aunque me costó hacerlo…) Ahora, hablando en serio, es una pena que no se pueda reeditar. Estoy seguro que se agotaría rápido porque somos muchos a los que nos gustaría tenerlo en nuestra biblioteca.

El asunto es que, cuando terminé de leer “Sobrevivir” y una vez repuesto de la conmoción, tuve el impulso de escribirle a Eduardo. Yo no lo conocía personalmente, pero lo sentía como un hermano espiritual. Le mandé un mensaje a través de Facebook que, palabras más, palabras menos, decía lo siguiente: “… me siento profundamente conmovido por la sencillez y la paz que expresan sus palabras, pese a describir el horror y la dureza que, injustamente, le ha tocado vivir. Quiera Dios que la vida le haya compensado aunque sea en parte todo lo feo, lo cruel y lo insensato de aquella época oscura de nuestra Argentina. Yo era un chico en esos años (nací en 1968) y vivía en Buenos Aires, y tengo recuerdos nítidos del miedo que se sentía. En fin, quiero sólo darle las gracias por compartir su historia que contiene amor y un inconmensurable CORAJE! A nuestro país le hace falta más gente como Usted, Don Eduardo. Le mando un abrazo fraterno, que espero poder dárselo personalmente en algún momento”.

Por supuesto que, días más tarde, nos dimos ese abrazo, y charlamos lindo. Eduardo era una persona cálida, entrañable, auténtica, con esa aura especial de pequeño gran hombre. Generoso en el abrazo y en la palabra. Y sin rencores. Sencillo en el vestir, en el decir y en el vivir. Se corrió del lugar de víctima, al que la vida parecía haberlo limitado, para ejercer el rol transformador de su realidad cercana aplicando, ni más ni menos, que su solidaridad, su gran sentido de amor al semejante, y su particular visión de los derechos humanos (que leímos más arriba). A muchas personas ayudó Eduardo, me consta. Nos consta.

Escribió Bertholt Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Están quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero están los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.

Ese fue, y ese es Eduardo Monzón: nuestro ángel de la bicicleta, uno de los imprescindibles.

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