Por Claudia Cagigas
Miriam Benítez sufrió el peor de todos los dolores: la muerte de su pequeña hija de ocho años, luego de un largo deterioro físico que la llevó a perder todas las funciones (hablar, comer, mantenerse sentada, respirar), sin que se pudiera hacer nada.
“Mi vida estaba organizada, tenía dos hijas sanas, tenía pánico a las enfermedades, estaba casada hace 20 años, tenía casa, trabajo. Y luego tuve a Florencia, mi tercera hija. Su evolución fue normal hasta el año, cuando empezó con problemas motrices. Se tiraba al suelo, no quería caminar, lloraba día y noche. Consultamos al pediatra, nos decía que era la depresión del año, pero ella estaba cada vez peor. Seguimos consultando, nos fuimos a otro lado, hasta que le diagnosticaron una encefalopatía progresiva que la llevaría a la muerte antes de los 5 años. Lo primero que hice fue enojarme con Dios”, cuenta Miriam.
Florencia comenzó con deterioros muy acelerados. Perdió el habla. Al año y medio ya no podía quedar sentada. “Vi día a día como fue perdiendo todo. A los cinco años perdió la fuerza en la lengua para empujar la comida, comenzamos a alimentarla con sonda y luego necesitó respirador”.
Nada detuvo el proceso de deterioro, a pesar de que Miriam se acercó a Dios. “Más o menos un año me llevó decir ‘Señor te perdono que me diste una hija con problemas’. Los problemas siguieron existiendo, pero cambió la forma en que yo los enfrenaba, porque estaba en paz. Con mis otras hijas estábamos muy angustiadas porque, por ejemplo, veíamos cómo su columna se iba torciendo. Entonces yo me arrodillaba al lado de su cama y me ponía a rezar. Flor me miraba como dándome fuerzas. Uno por ahí mira con lástima porque ve su sufrimiento y son ellos los que te están dando fuerzas todo el tiempo”
Pese a que los médicos habían anticipado que sólo viviría cinco años, Florencia estuvo ocho junto a su familia. “Fueron años muy lindos, llenos del amor de Dios, de sentir esa presencia, de estar mirando tele y sentir un gozo en el corazón que solo te lo da el Señor. Mis conocidos me decían que tenía que ir a una psicóloga… Mis amigas pensaban que no tenía todos los patitos en hilera. Pero todo el tiempo que estuve con Florencia sentí que Dios estaba conmigo. Inclusive escribía mucho para descargarme”, relata Miriam.
“Yo ya sané. Para mi Florencia fue una bendición, como que Dios vio que necesitaba tener ese encuentro con El, me eligió para mamá y me preparó. Mi vida cambió rotundamente, descubrí cosas hermosas, simples, que antes no conocía como sentarme en el pasto con mis hijas, tomarme tiempo”.
“La pude acompañar hasta el último momento. Estuvo internada una sola vez, a pesar de que me habían dicho que iban a pasar cosas horribles que no sucedieron. La internamos, pasó la noche y se fue apagando como una lucecita. Tomé su mano y empecé a cantarle “todos los patitos”… y sentí que ella me apretaba un poquito la mano, a pesar de que no tenía nada de fuerza, como diciendo mamá te amo, gracias, no sé… todos los mensajes más lindos que se te puedan ocurrir recibía con esos apretones. Puse la mano en su corazón y sentí como que venían las apneas más largas hasta que se fue… Fue algo tan tranquilo, de tanta paz que no sé como explicarlo. Dios estaba a mi lado”.
Tal vez cueste entender, pero Miriam realmente está en paz. No está loca ni mucho menos. Está entera, fortalecida. Luego de la muerte de su hija comenzó a ir a los grupos de oración que funcionan en Parroquia María Auxiliadora, para seguir sanando sus heridas,
“¿Como nos encontramos con Dios? Buscándolo. Cuando tenemos situaciones difíciles es normal que nos enojemos con El, pero tenemos que intentar silenciar nuestro interior y reconocer que necesitamos ayuda. La situación tal vez cambie, pero cambia uno, cambia la manera de llevar los problemas”.
Gracias Miriam por tus palabras, por compartir tu historia intentando ayudar a quienes estén atravesando por situaciones similares.