Muchos brazos sostienen la escuela. Entre los más significativos se encuentran: docentes, niñas, niños, jóvenes y familias.
Por Mariana Páez
Este año, una rara mezcla de emociones nos atraviesa. El miedo es uno de los hilos que nos conectan. El desamparo. La angustia. La incomunicación. Felizmente hay algo más: nos recorre el orgullo de haber podido, haber intentado (inventado) en 2020, un tiempo que será recordado profundamente.
Hoy compartimos la necesidad de encontrarnos, pero no sabemos cómo. La necesidad de cercanía y la necesidad de distancia, todo junto.
Hace un año que venimos hablando de aislamiento social. Y la sociedad puede ser muchas cosas, pero, de ninguna manera, islas. Sociedad es la trama que nos contiene, esa compleja organización donde lo personal se articula con lo colectivo, donde soy en el encuentro, en esas miradas que me reconocen.
Y efectivamente, hoy convivimos, en gran medida, como islas, donde las soluciones son particulares y me procuro individualmente lo que me hace falta. Me salvo en soledad. ¿Me salvo en soledad?
Isla y sociedad son casi opuestos. La isla es un territorio incomunicado. Autosuficiente. Solo. Porción de tierra rodeada de agua, encerrada por el agua. Excluida.
Sociedad es red, trama, refugio, sustento, cobijo, diversidad, acuerdos y desacuerdos, amores y desamores. Comunicación.
La Organización Mundial de la Salud propone reemplazar “aislamiento social” por “aislamiento físico o sanitario”. La intención es poner en evidencia lo imprescindible de permanecer en contacto, vincularnos, reunirnos, comunicarnos. Ejercer nuestro derecho a la afectividad.
Hoy más que nunca sentimos la necesidad de encontrarnos, conversar, abrazarnos y besarnos con otros brazos, con otras bocas. Acortar esa distancia física usando la palabra, el tono de voz, el silencio, la mirada, una canción, un juego, un chiste, un poema.
Comunicarnos alivia, nos vuelve menos vulnerables. Ayuda incluso a combatir enfermedades. Las investigaciones muestran que las conexiones sociales fuertes pueden reducir el estrés, mejorar la salud y hasta lograr una vida más larga y feliz.
Volver significa ver de nuevo. Darse una nueva oportunidad. Nuestro cuerpo guarda experiencias en torno al volver, contamos con memorias de volveres, con recursos ya empleados las veces que hemos decidido regresar.
¿Quién no ha vuelto alguna vez a algún lugar? A la casa de la infancia, a un amor, a un trabajo. A tocar la guitarra, a reconstruir una amistad, hemos vuelto a repensar lo antes pensado, a revisitar antiguas sensaciones.
La vida está hecha de volveres y partires. Y lo más importante: la vida no es, sino que se va haciendo, se construye, somos en gran medida -por no decir en toda- autores y autoras de los mundos que habitamos.
Este año es una inmensa oportunidad para afrontar procesos personales y colectivos en torno al sentido que le doy al encuentro, a la vida en comunidad y, en ella, a la escuela pública como ese lugar donde se reúnen personas diversas para ampliar sus mundos.
Este ciclo nos llama a imaginar. Que esos dos metros de distancia se compensen con modos más amorosos, más afectivos. Que docentes, familias, niños, niñas y jóvenes estemos hoy cerca, más cerca que nunca.
*Dra. en Ciencias Sociales, tallerista ESI Escuela Normal, docente UADER, autora del libro “ESI, talleres de cuerpo en juego”, Ed. La Hendija / marianapaez71@outlook.com