La violencia económica es un mecanismo sutil y persistente, muy habitual en situaciones conflictivas de familia. Provoca angustia, miedo y maltrato en quienes lo sufren. En El Espejo (RadioShow) conversamos con Gabriela Auri, responsable del área de Mujer y Familia de la Municipalidad de Chajarí.
Por Atilio Amerio
El final de una relación de pareja genera un sinnúmero de consecuencias de intensa carga emotiva, cuanto más si tienen hijos en común. El marco legal determina las obligaciones y los derechos que las partes deben atender; pero la cuestión afectiva, humana, subjetiva, no está sujeta a ninguna norma o ley. Entonces no es raro ver cómo en el afán de “luchar”, de disputarse los bienes y tenencias, esas personas que una vez juraron amarse y comprometieron sus vidas en pos de un proyecto de familia, entran en un juego destructivo en el que todos salen lastimados. En especial las hijas y los hijos.
Gabriela Auri es abogada y ha participado en muchos casos de mediación. A diario enfrenta e interviene en problemáticas de violencia de todo tipo. En la mayoría de las veces (aunque no siempre) es la mujer quien la padece, pero por sobre todo intenta, junto con su equipo de colaboradores, preservar el interés superior de las niñas y de los niños.
¿Cómo definimos la violencia económica?
Es una forma de manipulación, de control, de sometimiento. La manipulación psicológica implica acciones de distorsión mental y explotación emocional para ejercer el control sobre una persona, con el objetivo de obtener cierto beneficio u objetivo. A diferencia de la influencia social saludable, un fenómeno habitual en las relaciones constructivas gracias al cual todos ganan, el manipulador emocional se aprovecha de su víctima generando un desequilibrio de poder que utiliza a su favor. Cuando se establece este tipo de relación, hay un claro “ganador”: el manipulador emocional, y un “perdedor”: su víctima.
“La violencia económica es la que más persiste en el tiempo y la que menos se percibe”, explica Gabriela. “Es una de las violencias más sutiles, tanto que muchas veces ni siquiera las víctimas tienen conciencia de ella.”
Sucede, por ejemplo, cuando en una situación de divorcio no se cumple con la cuota alimentaria para los hijos. Pero este no es el único caso, ni el más frecuente. “Por ejemplo, ocurre cuando en una relación de pareja existe la dependencia económica: el hombre ‘proveedor’ y la mujer haciendo las tareas hogareñas”, nos dice Gabriela. “La mujer padece este maltrato cuando su trabajo en la casa, que le demanda mucho tiempo y esfuerzo, no es considerado como tal porque no genera ingresos. Y aquí aparece la figura del esposo o pareja recriminando esta situación y generando focos de conflicto, cuando la mujer le pide dinero para realizar las compras para la casa. Además vivimos en una sociedad donde la brecha salarial entre mujeres y varones está muy marcada, entonces existe la creencia de porque el hombre gana más tiene derecho a gastar más… Esto es algo tradicional y que aún no ha cambiado”.
“Cuando digo que la violencia económica se da de un modo muy sutil es porque las mujeres se autoconvencen de que sin el ingreso económico que provee el marido no van a poder lograr la subsistencia o sostener el estilo de vida por fuera de esa relación, y lograr su independencia en cuanto al dinero. La falta de empoderamiento económico de la mujer es la principal causa de que estas relaciones de sometimiento persistan en el tiempo. Los derechos económicos y laborales de las mujeres todavía están dentro de la cultura del patriarcado. Es necesario que el personal de la Justicia se capacite para fallar con perspectiva de género”.
La batalla por la cuota alimentaria.
En los matrimonios separados, el incumplimiento de la cuota alimentaria “genera una violencia no sólo hacia la mujer, sino también y fundamentalmente con los niños”, explica Gabriela. “Este dinero es un derecho que tienen los hijos para asegurar su subsistencia. A veces cuesta creer que se ponga tanto el foco en el desamor actual, en lugar de ponerse a pensar que los hijos fueron engendrados con amor y que debemos velar por su alimentación, su educación, su salud, su vestimenta… En medio de esa batalla de uno contra el otro, olvidan el amor que deben seguir sintiendo toda la vida por los hijos: pasa a un segundo plano… Hay hombres que reconocen este derecho de sus hijos a percibir esta cuota, y otros que no. Cuesta que lo entiendan, que lo comprendan”.
“Hoy la justicia habla de los cuidados compartidos como regla, y esto es lo que aún no se refleja en el uso y la costumbre. Ambos son papás y mamás que deben compartir los cuidados de los hijos porque es una gran responsabilidad traer un ser al mundo, al que vamos a tener que formar en muchos aspectos, acompañar y contener. Y un tribunal no es el lugar donde se discute el afecto, el amor que le tengo a un hijo… Lamentablemente, no”.
La motivación: pilar del empoderamiento.
Desde el área de Mujer y Familia del municipio “estamos generando espacios que son muy importantes porque ponemos el énfasis en la motivación. No es solamente contener a las víctimas de violencia con una ayuda en dinero, porque no va a durar toda la vida; sino que es brindarles herramientas y conocimientos para que puedan salir adelante e independizarse económicamente. Y eso se logra sanando lo emocional… Es difícil, hablamos de personas muy desgastadas en su psiquis por el proceso de violencia que han sufrido, con todo lo que ello implica… pero es posible hallar una motivación para que esa mujer se dé cuenta que puede. Estoy convencida de que las mujeres empoderadas y motivadas mueven montañas”.
Conflictos y emociones.
Signo de estos tiempos la epidemia del desamor… No hay leyes que obliguen a amar, pero sí a respetar derechos y a cumplir obligaciones. La violencia económica deriva de otras formas de violencia más evidentes (física, psicológica), pero no por ello es menos dañina o, valga la redundancia, menos violenta.
Cuesta comprender hasta dónde somos capaces como especie humana de escalar en el enfrentamiento cuando al conflicto lo desborda la emocionalidad. Lo que divide, lo que desune, por un lado es la forma de abordar y de solucionar el conflicto; y por el otro la cerrazón individualista, egocéntrica, de creernos dueños de la verdad y de querer imponerla sin importarnos el costo.
Tan irracional e insensible como es discutir de temas económicos y no poner en primera línea el interés superior del niño y de la niña: de privilegiar lo que sienten los chicos. Sería indispensable que se humanizara la Justicia, porque, como bien dice Gabriela “muchas veces se resuelve sobre la base de lo legal y se desoye completamente a los niños”. Y esta es la diferencia básica, elemental, irresistible al análisis, entre justicia e injusticia.