Están siempre un paso adelante, no logran distinguir cuándo deben intervenir y cuándo es momento de dejar que sus hijos aprendan a calcular riesgos. Cuáles son las consecuencias en la personalidad futura de esa criatura.
Por Valeria Chavez
“Cuidado que te podés caer”, “vení, que mejor te ayuda mamá”, “no, así no, mirá cómo se hace” cuando son niños. “Llamame cuando llegues”, “compartime tu ubicación así sé por dónde andás”, “no desactives la última conexión de Whatsapp”, “fijate que no te pongan nada en la bebida” cuando crecen. Por alguna razón, los padres -o la gran mayoría de ellos- necesitan tener el control sobre el accionar (¿y el pensar?) de sus hijos. Casi como si la maternidad/paternidad trajera con sí a estos adultos la condición de querer saberlo y vigilarlo todo.
La idea de “crianza helicóptero” describe un estilo de educación de los hijos en el que los padres tienen un comportamiento sobreprotector y demasiado controlador. El problema es que esa conducta puede afectar al desarrollo emocional de los menores.
Un estudio realizado entre 422 niños en los Estados Unidos a lo largo de 8 años, y cuyos resultados fueron publicados en la revista especializada Developmental Psychology, reveló que puede ser importante que los niños en la infancia temprana prueben cosas nuevas y resuelvan problemas por sí mismos, sin que los padres interfieran para decirles qué hacer. Según los autores del estudio, darles tiempo para que discurran solos podría favorecer el desarrollo de capacidades necesarias para el control de las emociones y los impulsos.
Pero no es lo que suele ocurrir en la práctica.
“Hay padres que realmente sienten que nadie hará su trabajo mejor que ellos, lo cual en realidad no está tan errado ya que los papás siempre son los papás. Pero muchas veces esta posición limita a los chicos de la posibilidad de estar al cuidado de otros adultos, o de ir a casas de amigos o ser cuidados por otras personas, ya que estos padres (a veces no son ambos) tienen la dificultad de delegar”. Así comenzó a describir a los “padres helicóptero” la licenciada en Psicología Lorena Ruda.
Según consignó la especialista en maternidad y crianza “estos padres suponen que en otros ámbitos o con otro adulto responsable sus hijos no están bien cuidados o, incluso, están en riesgo de sufrir algún tipo de accidente doméstico, por ejemplo”. Se escucha frecuentemente a madres sobrecargadas que, al no poder delegar, tampoco encuentran momentos de ocio o actividades que requieran dejar a los niños. Y el círculo vicioso parece no tener escapatoria.
Para la consultora psicológica Valeria Roca “si bien en la actualidad la mayoría de madres trabaja parecen no querer ceder el espacio de la crianza, y ‘bajan la anclas’ para sujetarse bien a la idea de que sólo ellas pueden criar a sus hijos”. “En parte no cabe duda que como la madre y padre no hay, pero esa idea también nos vuelve más cerrados, más enfrascados en nuestras cuatro paredes -apuntó la especialista que hace años trabaja en el acompañamiento de la maternidad-. Yo creo que madre y padre hay uno solo, pero quienes maternan/paternan pueden ser varios, y eso es simplemente dar amor, gente que nos ayuda, que puede aportar algo a nuestros hijos sin desplazarnos”.
La realidad es que los chicos necesitan padres más genuinos, más reales y que no tengan tanto la necesidad de demostrar que tienen todo controlado
“Muchos adultos están todo el tiempo controlando a sus hijos en lo que hacen, les están encima para evitar golpes (literales en la niñez y de los otros, los que da la vida a medida que van creciendo) por situaciones que consideran riesgosas. De esta manera generan sentimientos de inseguridad, lo cual va en contra de fomentar la autonomía y el hecho de que cada niño pueda identificar sus propios límites en relación a lo motriz, por ejemplo”, amplió Ruda, para quien “estos padres que creen que cualquier movimiento en falso puede poner en riesgo a su hijo muchas veces terminan generando un clima muy tenso y un estado de alerta permanente”.
“Quizá en su creencia de pensar que están evitando algo, en realidad terminan generando lo contrario y lo que originan es una persona que empieza a ser más introvertida y medida, que siente inseguridad y miedo ante lo desconocido”, ahondó.
Consultada sobre si el accionar de los padres tiene que ver con falta de confianza en que sus hijos lograrían los objetivos por sí solos o con la necesidad del adulto de controlarlo todo, Roca opinó: “Como adultos creemos tener el control, pero ¿qué implica eso y a qué costo? La realidad es que los chicos necesitan padres más genuinos, más reales y que no tengan tanto la necesidad de demostrar que tienen todo controlado, que saben sus horarios, sus rutinas, de qué son capaces y de qué no. La realidad es que debemos buscar saber menos y conocerlos más, y hay una gran diferencia entre uno y otro: el conocer a la ‘persona/niño’ es saber de sus intereses y no de sus obligaciones, conocer qué siente más que lo que piensa, conocerlos internamente para saber lo que cada uno necesita, si lo que buscamos es saber cómo criarlos perdemos la relación, y nos basamos en manuales, y allí es cuando controlar deja de tener sentido”.
“Sé que en este momento de la sociedad, con las nuevas tecnologías y el acceso de los chicos a temas que quizá antes no existía no es fácil, pero así y todo, creo que hay una especie de sobreprotección, y con ella la idea de creer que conociendo cada movimiento de ellos estarán ‘a salvo’ -profundizó Roca-. Escucho a muchos padres en los espacios terapéuticos decir ‘vos no sabés cómo está afuera, la calle está complicada’, pero olvidamos que esa calle está formada también por nosotros, por nuestros hijos y por muchas personas con las mejores intenciones. No descarto la sensación de miedo, pero cuando éste te paraliza, cuando no permite la sociabilización de nuestros hijos, y se convierte en paranoia, creo que lo mejor que podemos hacer por ellos es trabajar en nosotros, nuestros miedos y nuestras propias limitaciones”.
– ¿Cuáles son las consecuencias de un comportamiento sobreprotector y demasiado controlador de los padres hacia los hijos?
– Lorena Ruda: A veces esta mirada de cuidado se convierte en una limitación o un obstáculo para el desarrollo del niño, ya que éste puede sentir que no es capaz de hacer las cosas solo o que esté todo el tiempo muy pendiente de la mirada del adulto, confiando más en lo que ellos le dicen (o inhiben) que en sus propias capacidades .
Es importante ayudar a fomentar la autonomía permitiendo que los hijos se muevan en ambientes seguros con la posibilidad que ellos puedan ir descubriendo hasta dónde pueden y hasta dónde no, cuándo necesitan ayuda y cuándo pueden solos. Saber que cuentan con la mirada y la contención, pero también con la libertad de probar.
La sobreprotección o el exceso de control genera -muchas veces- inhibición, inseguridad y poca confianza en sí mismos.
A veces estos padres no se dan cuenta, pero en realidad no dan lugar a que sus hijos resuelvan situaciones por sí solos, ya que siempre resuelven el conflicto por ellos, o bien en el exceso de control, los evitan.
Muchas veces estos niños suelen ser retraídos y más dependientes del adulto, buscando siempre su mirada y aprobación, y no tienen la posibilidad de transgredir (en edades donde es esperable que suceda).
Estos padres están todo el tiempo con la mirada puesta en los hijos, preguntando a cada rato si necesitan algo, o interviniendo ante cualquier pequeña situación sin esperar a que el menor pueda resolver solo (o con el par si se trata de algún conflicto entre pares). Muchas veces no le dan la confianza de que pueda resolver solo, por ejemplo, situaciones simples como vestirse solo o cortar una milanesa.
Es importante que los hijos sepan que el adulto está, que alguien los está cuidando y que pueden pedir ayuda si necesitan. Pero que esta mirada no se transforme en una limitación para sus acciones.
– Valeria Roca: El control hacia otro lo que hace es que se pierda la confianza, y si lo que transmitimos es que no deben confiar en nadie, ese mensaje también aplica para ellos mismos, vivimos en un mundo de desconfianza y de presuponer que todo tiene una mala intención, y allí tratamos de evitarles cualquier sufrimiento, y lo que le estamos evitando es la posibilidad de que sean seres seguros, confiados, en sí mismos y en el resto.
Después llegan a la adolescencia y escuchamos a padres decir que sus hijos no socializan, que están todo el día con el celular, la tablet y ¿qué hicimos antes con ello? Les dijimos que el mundo es perverso, hostil y después pretendemos que quieran salir en vez de quedarse en la seguridad de su hogar.
Estos padres están todo el tiempo con la mirada puesta en los hijos, interviniendo ante cualquier pequeña situación sin esperar a que el menor pueda resolver solo.
Podríamos cambiar el “controlar” que presupone una imagen de uno por encima de otro a “acompañar”, que me remonta más a tomarlos de la mano, sabiendo que estamos pero caminando a su lado, a su ritmo, y que ellos serán los que decidan cuándo están preparados para soltarnos la mano en cada etapa de la vida.
Se sabe que cada edad tiene su desafío, y por más que suene a cliché, cierto es que “no hay tropezón sin caída”, y que la crianza implica -también- dejar que los hijos se tropiecen para que aprendan, sin llegar a permitir jamás que incurran en un riesgo que les genere un mal mayor.
Los desafíos tienen un componente casi necesario de “incertidumbre”. Por más que más de un padre quiera, no podrá regalarle a sus hijos el “manual de la vida”, lo que sí podrán es sostenerlos, acompañarlos y abrazarlos en cada tropiezo, para que sepan que no están solos y que de cada “caída” se aprende.
Fuente: Infobae