Parar de sufrir es soltar la ilusión de aquello que anhelaba, pero no ocurrió, pararme en lo que me pasa, dejar que me pase, no modificarlo, esperar, hacer lugar y confiar en que voy a encontrar los recursos para transitar lo que siento.
Sábado, casi al medio día, soleado, y después de escuchar a La Delio Valdez no podíamos irrumpir la buena onda hablando de mambos psicológicos. Las ganas de volver a sentir que no existe la pandemia, ni la cuarentena, ni nada que nos limite a reunirnos y bailar quería quedarse un poquito más, pero había que cortar con la ilusión y darnos un momento para hacer lugar a lo que realmente hoy nos pasa.
Parar de sufrir es revisar el argumento, el cuento que me cuento acerca de lo vivido. Diferente es el dolor, con sus tonalidades, donde lo que denuncia es una pérdida. Algo se perdió y es irreversible.
Parar de sufrir es soltar la ilusión de aquello que anhelaba, pero no ocurrió, pararme en lo que me pasa, dejar que me pase, no modificarlo, esperar, hacer lugar y confiar en que voy a encontrar los recursos para transitar lo que siento.
Lo que me sucede siempre es más simple de lo que me digo, observar lo fenomenológico, el hecho concreto sin palabras que adornan o distraen.
Por ejemplo: “el auto se rompió” es un hecho. Pero “vos podés creer que encima de toda esta malaria a mí se me viene a romper el auto justo ahora que no tengo trabajo y mi prima está embarazada y no voy a poder ir al baby shower”, es un argumento que empaña el hecho, oculta lo que me pasa, confunde y agrega un problema extra a mi vida, la cual narro como desafortunada.
¿Quién me cuento que soy cuando digo algo de mí? Es lo que tengo que revisar para comprender si lo que siento en este momento es producto de lo que me imagino, o de lo que me pasa realmente.
Necesitamos frenar esa bola de nieve que rueda cuando sufrimos y hacer una pausa, detenernos, darle lugar a ese dolor en el pecho sin explicarlo, sin encontrarle sentido, dejando que solo sea eso que es, dolor en el pecho. Y muy despacio, con cuidado (auto cuidado) fijarme qué necesito para ese dolor; cómo puedo acompañar esa pena sin interrumpirme, respetando mi sabiduría que hoy pudo organizar esta respuesta “me duele”.
Hacer contacto con lo que me pasa es encontrar un punto de apoyo, es ocupar un lugar. Si sé dónde estoy, no me pierdo. Si estoy en un momento de enojo, me ayuda saber qué necesito para este momento de mi vida. La clave para no entramparme es: lo que necesito me lo tengo que propiciar yo, no depende de otros.
De esta manera caminaremos la vida en coherencia con lo que vamos viviendo, sin disociarnos, sin disfrazarnos de algo que no somos o pagando costos altísimos por exigirnos ser de una forma insana para nosotros.
Procuremos un equilibrio entre nuestro cuerpo mental, emocional y físico sin que predomine alguno por mucho tiempo. La mente se mueve a la velocidad de la luz, y muchas veces el cuerpo reacciona tiempo después con un síntoma corporal o emocional que denuncia que hubo algo no escuchado, no registrado por mí.
Detenernos, dar lugar, sentir y atendernos son micro movimientos que hay que empezar a practicar cotidianamente.