Dichosos los que se van mientras se están yendo.
Esos, que después de pelearla desde adentro, se retiran sin pretender llevarse la autoestima del otro de regalo.
Dichosos aquellos, que se van por la misma hendija por la que entraron y un día deciden cerrarla tan fuerte, con un golpe que clausure todas las ventanas y no se filtre, en vano, un aire de esperanza para el otro que queda del otro lado de la puerta, esperando.
Dichosos los que no necesitan plantar la duda en aquél que todavía se amarra a una ilusión mentirosa por miedo de verle la cara a la soledad del que está solo.
Un aplauso para esos, que sabiendo que no van a volver, no dejan confusiones como plumas en el piso, para gozar al ver como alguien se arrastra a juntarlas.
Un reconocimiento para esos que se retiran diciendo “ya no te amo más”
y no retrasan un duelo ajeno, que necesita ser vivido para después, volver a la vida transformados.
Dichosos de esos, que se van y no se quedan con un amor que no pueden corresponder, como un mimo a su narcisismo, a cambio de ver como el otro se va desnutriendo a pedazos y a los gritos.
Dichosos los que dicen la verdad.
Los que se van con las manos vacías.
Los que tienen el valor suficiente para cerrar la valija, tragarse la llave y no dejarla de señuelo en rincones de la casa, para que el abandonado, intente descubrir el escondite.
Dichosos los que pueden irse con la gratitud de saber que no se llevan más que un pasado que les dio mucho- mientras fue presente- y tanto fue ese mucho, que no se permitirían robarle un minuto de futuro, a quién no se lo merece.
Dichosos los que viven y dejan vivir.
Los que no se dejan seducir por la lástima que el lastimado pone como manotazo de ahogado, arriba de la mesa,
Dichoso el que sabe irse diciendo que no va a volver. Dejando al otro con la lágrima que tiene que largar para después poder volar en libertad.
Dichosos los que se animan a querer bien.
Los que se van, cuando saben perfectamente, que ya no tienen, nada bueno para dar.
(Fragmento del libro Curame, de Lorena Pronsky)