“Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo”
Hace tiempo leí esa oración en la novela Ana Karenina de Tolstói y no repare demasiado en su significado. La pasé de largo, como quien pasa los semáforos en rojo en las horas de la madrugada, hasta hoy, que sentí la necesidad de buscarla y releerla. Era catorce de febrero y a falta de amor buenas son las entrevistas del negro Dolina en las que se refiriera al tema. Siempre se aprende algo al escuchar a tipos que ya han estado en el mismo laberinto. Así fue que encontré una de ellas en la que le preguntaron que opinaba del amor eterno y si conocía algunas pautas que determinen en una relación duradera. Dolina, que de grande se le dio por los textos de ciencia, recurrió de forma muy elocuente al concepto de complejidad y explico a Felipe Pigna, quien lo entrevistaba, que la durabilidad de una pareja dependía de que tanto se parecían en complejidad las mentes de las personas involucradas. Luego aclaró que no estaba hablando de la inteligencia o los gustos. En otras palabras, explicó que no importa si los tortolitos coincidían en casi todo, es decir, mismo equipo de futbol, mismo partido político, misma música, mismos libros. No importa que los dos estén de acuerdo en que los hijos varones deben ir a la escuela técnica, nada de eso es relevante según explicó el cronista del barrio de Flores. Sino que todo se reduce a una cuestión de complejidad. La entrevista continuó y Dolina nunca explicó a que se refería con complejidad y yo, que por cuestiones de profesión he estudiado la complejidad, sé que es un concepto mal interpretado. La mayoría de las personas piensan que complejidad es sinónimo de dificultad y desde luego que si fuera así la teoría sobre la duración de las parejas de Dolina no tendría ningún sentido. De ser así, estaríamos afirmando que dos personas que se enredan en una relación amorosa tienen más probabilidades de perdurar en el tiempo mientras más difíciles sean. Suenas absurdo y toxico. No fue en ese sentido que Dolina usa la palabra complejidad, se refiere al verdadero sentido del término y es lo que me propongo desarrollar en este pequeño ensayo sobre amor y complejidad.
La complejidad nada tiene que ver con la dificultad, pero no por eso resulta sencillo. Todos hemos estado aburridos un domingo de lluvia y sin internet en nuestras casas y es entonces cuando recordamos que en algún cajón del armario viejo hay un rompecabezas para armar ¿Cuál es tu primera impresión al desarmarlo sobre la mesa? Lo primero es sentirse abrumado y no saber por donde empezar. Con el tiempo uno empieza a “relacionar” las piezas y a darles orden y lo que al principio resultaba “complejo” se vuelve más comprensible. Al inicio no estaban claras cuales eran las relaciones que conectaban las partes del rompecabezas. De este ejemplo quiero deducir que la complejidad tiene que ver con las relaciones y vínculos que existen entre las entidades que conforman un fenómeno. Por ejemplo, si tenemos dos rompecabezas, uno de cuatro piezas y el otro de mil ¿Cuál es más complejo? Naturalmente, el que tiene menos piezas también tiene menos relaciones que resolver y descubrir.
La cuestión se vuelve ríspida cuando intentamos entender que quiso decir el Negro Dolina con eso de que las dos personas tenían que parecerse en complejidad. Y aunque sospecho que usted lector/a ya ha encontrado la punta de la madeja, quiero darle un ejemplo más sobre complejidad. ¿Por qué podemos calcular con exactitud la fecha en que volverá a pasar el Cometa Halley, pero nos es imposible pronosticar el clima exacto dentro de quince días? Si usted está pensando en que las relaciones que conforman la órbita y el recorrido del comenta son menos que las relaciones que determinan el clima, entones está en lo correcto. La única diferencia que hay entre el ejemplo de los dos rompecabezas y éste, es que las relaciones que dan vida al clima a su vez cambian constantemente. Sabemos que la presión atmosférica está relacionada con la temperatura del ambiente, pero también está relacionada con la velocidad del viento y éstos a su vez se ven afectados por la presión atmosférica. Es decir, relaciones que se afectan bidireccionalmente, no sólo en una dirección. Y si bien estamos acostumbrados a pensar en términos de causa y consecuencia, la realidad es muy diferente, casi todos los fenómenos que observamos son conjuntos de relaciones que se afectan mutuamente. El profesor enseña al alumno y el buen alumno hace preguntas que hacen pensar y estudiar al profesor ¿Quién enseña a quién? ¿Es un proceso de una sola dirección?
En conclusión, que se parece más a una mente ¿Un rompecabezas o el clima? Pues hemos aprendido que el clima. Porque nuestra mente está llena de ideas, recuerdos y experiencias que interactúan (se relacionan) entre sí todo el tiempo. A veces un aroma nos recuerda a la infancia y ese recuerdo nos dispara la idea de viajar al parque donde está la vieja calesita que tanto nos gustaba. Y algunos somos tan tontos que no hacemos caso a Sabina cuando dice que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver y terminamos arriba de un caballito o elefante en el carrusel, una y otra vez.
Por lo tanto, la complejidad de una persona tiene que ver con cuantas relaciones alberga en su cabeza. Dichas relaciones son constantemente creadas y destruidas en base a las experiencias vividas y como capitalizamos cada experiencia. Por eso es que, cambiando algunas palabras de la frase de Tolstói podría decir que todas las parejas felices se parecen, pero las que fracasan lo hacen a su modo. Porque para ser felices alcanza con coincidir en complejidad, pero para fracasar alcanza con llegar tarde una noche u olvidar un regalo de aniversario.
Lo cierto es que la simplicidad no es una virtud.
Un texto de Guido Muchiutti, para EL ESPEJO REVISTA.