Pedro Zampedri cuenta los recuerdos que su padre le transmitió. Asegura que se tardó dos años y algunos meses en la construcción del castillo y que la familia Vieyra comenzó a habitarlo en 1928.
Claudia Cagigas
Pedro Zampedri tiene 73 años. Es un hombre de campo acostumbrado a los trabajos más duros al igual que lo fue su padre. Su vida no fue fácil, no obstante, junto a Isabel, su esposa, hoy se permiten comodidades que no soñaron en otras épocas durísimas y viven en su casa ubicada en Barrio Citrícola de Chajarí. El papá de Pedro, Santiago Zampedri (“Don Chago”), fue una de las personas que ayudó a construir el Castillo de Vieyra.
“En ese entonces mi papá tenía 26 años. Lo hicieron en dos años y meses. Toda la gente que trabajaba allí vivía en el Destacamento de Prefectura que estaba al lado porque era grande, tenía muchas piezas. El lugar ya se llamaba La Matilde y también ya estaba la escuela. La familia Vieyra se mudó al castillo en 1928”, contó Pedro en el programa EL ESPEJO (Radio Show Chajarí).
“Hicieron el castillo en la parte más alta, alrededor del Destacamento. Ahí nomás había un barranco de más de 30 metros de profundidad que daba al río. Para hacer la base sacaban piedras de la Cueva del Tigre; un lugar que el agua había excavado y tenía unos 30 metros para adentro, como un túnel… Las piedras las sacaban con pico, se hacían los cortes con cortafierro, martillo y luego había que cargarlas unos 80 metros barranca arriba hasta cargarlas en carros grandes que soportaban hasta 1000 kilos. Había que pegar una vuelta grande porque había bañados. Con esas piedras hicieron la planta baja del castillo”, aseguró Pedro Zampedri. La gran casona tenía sótano, planta baja y planta alta.
Segundo Sanchéz, Matías Lower, Alejandro Lovatto, Pedro Zampedri (tío de Pedro), son personas que Pedro recuerda como relacionadas a la obra con sus carros y su trabajo.
“No sé de dónde eran los ingenieros que dirigían la obra, uno o dos vivían en una casa que estaba detrás de la escuela. Vieyra era ingeniero”, recordó Pedro.
El castillo y sus comodidades
“Los baños tenían detalles en mármol veteado, era un lujo para nosotros, que no conocíamos esas cosas. También contaban con agua caliente”.
Para abastecer de agua a la mansión, había “un molino con un tanque de 5000 litros y de ahí el agua venía directo al castillo. El agua se calentaba con una cocina a leña. Por ahí pasaban tres caños, arriba de los que se hacía fuego y al pasar se calentaba el agua que se distribuía por toda la casa. Era la única construcción de la zona que tenía agua corriente; hasta la cochera que tenía una canilla afuera”, describió.
Pedro siguió los pasos de su padre y trabajó varios años en el mismo lugar, en la misma estancia. No le esquivó a ninguna labor, por dura y despiadada que fuera. Hacía de todo: desde subir a lo más alto de un molino para arreglar algún desperfecto mecánico, hasta atender los animales o cualquier tarea de peón rural. Así tuvo varios accidentes que lo dejaron al borde de la muerte, pero salió adelante.
Junto a Isabel, su mujer, pasó “miseria”, padecimientos y sufrió alguna que otra ingratitud, pero salieron adelante también y lograron criar a sus numerosos hijos.
El castillo fue cambiando de dueños y de administradores también. “Cuando los Vieyra venden el castillo, lo hacen con todo adentro. Yo comencé a trabajar con los Tiscornia. Ellos venían en tiempo de vacaciones, venían tres familias con todos los chicos y chicos de afuera; eran unos 12 gurises y 8 grandes. Entonces yo tenía que cocinar para todos y lavar la ropa a mano porque no había lavarropas…. Era mucho trabajo para una sola persona”, recuerda Isabel.
En esa época, además de lavar la ropa a mano, había que amasar el pan.
No había heladera. “Sólo el administrador tenía una heladera a kerosene en la estancia, en el castillo no había. Entonces la carne se mantenía con sal en una fiambrera pero no más de cinco días y como había mucho viento del río, se iba secando. El arroz se lo pisaba en el mortero para sacarle la cáscara y el maíz igual. Todo a mano”, cuenta Isabel. Todo con sus manos.
Si Señor…
Pedro Zampedri rememora que por aquellos años el agua del entonces Río Uruguay “era un lujo, bien clarita, sana…”. Y a modo de anécdota, agrega: “Un día, lavando cueros en el río, saqué como cuatro bogas porque el jabón y la grasa las atraían. Al otro día me fui a recorrer el campo tal como me había mandado el patrón, pero me fui hasta el río y llevé una rana que encontré que encontré. Encarné el anzuelo y saqué un dorado de 10 kilos y luego dos más de cinco o seis kilos. No sabía que iba a hacer con los tres pescados porque estaba en horas de trabajo! En eso estaba volviendo cuando encontré al patrón y me preguntó si estaba recorriendo el campo o pescando. Le conté lo que había pasado, que los había sacado en diez minutos y la saqué barata. Yo tenía miedo que me eche porque así se manejaban las cosas antes, uno no podía contestar una palabra sin decir buen día señor, qué tengo que hacer hoy señor… todo era señor… antes teníamos miedo que nos echen porque no se podía conseguir trabajo firme en ningún lado, nosotros nos criamos siendo peones golondrinas, cosechando papas, trabajando en arroceras o en lo que se podía…”.
Más allá de las anécdotas del castillo, la realidad que cuenta Isabel y Pedro duele porque es la realidad que vivió y siguen viviendo muchos trabajadores rurales que hasta el día de hoy siguen en la marginalidad.
En cuanto al castillo se refiere, consideran que es una pena que lo hayan demolido. “Hace algunos años estuvimos con Borgo refaccionándolo. Se le cambió el techo, muchas maderas de la galería del costado sur que daba al río… Ese lugar era una hermosura… Usted se sentaba ahí y miraba al agua continuamente”, dijo Pedro.
“La última vez que lo vimos se escuchaban ruidos debajo, el agua ya castigaba. En el sótano había unas lonas verdes y rojas, un nido de carpincho con cachorritos, unos montoncitos de lana, algunos fierros y algo de leña”, apuntó Isabel.
Historias de vida de personas de nuestro tiempo que vivieron otro tiempo… historias que nos enseñan y enriquecen. Gracias Pedro, gracias Isabel.