Los días de descanso suelen disparar crisis o más bien poner de manifiesto diferencias que la rutina del año muchas veces no permite “ver”.
Por Valeria Chavez (Infobae)
Verano. Vacaciones. Playa. Montaña. Ruta. Avión. Hotel. Cabaña. El escenario parece ideal. Es la “zanahoria” que se persiguió durante todo el año. El ansiado descanso llegó. El viaje que tanto se planificó es un hecho. Y de repente, todo sale mal. Las discusiones se incrementan. Compartir las 24 horas se vuelve tedioso. Cuando hay hijos, pasar 24×24 todos juntos es un caos. Hasta decidir dónde comer se transforma en un problema.
Algo no anda bien. O quizás algo anda mal hace tiempo, pero recién se advierte.
Según estudios sociológicos, las parejas se separan mayormente en épocas de vacaciones. Y los expertos sostienen que eso se debe a que se trata de un período muy intenso y emocionalmente estresante.
El espacio de la vacación es visto como un ámbito para compartir placeres y muchas veces se cristalizan las diferencias que en el año no aparecen
“Las vacaciones son un tiempo óptimo para reencontrarse, para recontratar, disolver resentimientos, armar diálogos afectivos y comprometidos; en síntesis, formar y sostener en este tiempo único en el año vínculos fuertes y duraderos. Pero hay parejas que no reaccionan favorablemente a las vacaciones; por el contrario, el estar ‘sometidas’ a compartir todo el tiempo incrementa los roces, la violencia o el aburrimiento”. La reflexión pertenece a la licenciada en Psicología Adriana Guraieb, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA ) y full member de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).
En esos casos, para ella, debería aceptarse que “se trata de parejas con un grado importante de desgaste y lejos de producirse un acercamiento, se acentúan las peleas y los desencuentros”. “Será el momento de pedir ayuda para resolver en cualquier sentido la situación, pero resolverla y no perpetuar una agonía”, agregó.
Consultada por Infobae, la socióloga Manuela Gutiérrez analizó que el fenómeno “tiene que ver con la alteración de las rutinas, con el corrimiento del ámbito de lo cotidiano, que suele disimular o tapar algunas cuestiones”.
“Existe una sensación de falsa libertad que dan las vacaciones, que nos llevan a pensar que estamos ahí más liberados de tensiones, más sueltos, y eso facilita ‘sacar a la luz’ los aspectos que molestan, lleva a desinhibirse y poner sobre la mesa las cosas que generan tensión -profundizó-. El espacio de la vacación es visto como un ámbito para compartir placeres y muchas veces se cristalizan las diferencias que en el año no aparecen”.
Para ella, la clave estará en “entender ese momento como una oportunidad y no hacerse el distraído; aprovechar el momento para aclarar lo que no está funcionando y si es necesario llegar a la separación, aprovechar la coyuntura para atravesar esa situación”.
Y tras asegurar que los días de descanso suelen ser un espacio especial, donde “si no hay encuentro, aparece más fácil el desencuentro”, Gutiérrez consideró: “Vivimos en un mundo que cada vez nos individualiza más y tampoco se trata de radicalizar las diferencias, sino más bien de hacerse cargo y entender que no es necesario coincidir en todo”. “Es más fácil separarse que encontrarse, hay que amarse más”, recomendó la socióloga.
Cuando una pelea escala y las reacciones de las partes son desmedidas, el problema no está en el tema explícito de la discusión, sino en situaciones latentes que subyacen a lo consciente. “Cuando las parejas pelean con frecuencia, su calidad de vida se ve desmejorada. Es evidente que necesitan hacer algo, pero muchas veces no saben qué, y a pesar de los intentos por mejorar las cosas, fracasan una y otra vez y las discusiones se prolongan tanto que quitan toda la energía y la posibilidad de disfrutar la vida”, analizó el licenciado en Psicología Santiago Bonomi, para quien “cuando el enfrentamiento empieza, puede escalar rápidamente y llegar a altos niveles en los que se termina perdiendo de vista hasta por qué se discute. La agresividad de lo que se dice también aumenta y a veces se expresan cosas de las que después uno se arrepiente, pero lamentablemente es tarde, las palabras hirientes ya han llegado y aunque el deseo de volver atrás nos inunde, el daño está hecho”.
Bonomi señaló que “las parejas discuten por muchos y variados motivos”. La lista puede ser francamente larga: poder, dinero, educación de los chicos, celos, intentos de cambiar al otro, impuntualidad, orden, limpieza en el hogar, etc. “Más allá del asunto que justifique la disputa, debemos tener en cuenta que en general cuando una pelea escala y las reacciones de las partes son exageradas o desmedidas, el problema no está en el tema explícito de la discusión, es decir, en lo que se dice verbalmente, sino en situaciones latentes que subyacen a lo consciente -analizó el especialista-. Los fenómenos inconscientes siempre están presentes e influyen fuertemente sin que nos demos cuenta de ello. Detectar cuál es el verdadero trasfondo es clave para resolver el conflicto y lograr armonía”.
Elaboró una serie de ideas que pueden ayudar a detener las escaladas de discusiones:
-Para solucionar problemas de pareja, primero es necesario resolver los propios. No tratar de imponer ideas; antes que tener razón, elegir ser feliz. En las discusiones de pareja, nunca hay ganadores. Las discusiones no son más que un laberinto que conduce a la nada.
-No enfocarse en los conflictos, sino en el amor que los llevó hasta aquí.
-Cuando empieza una discusión, intentar no enojarse, acordarse de que de las palabras hirientes no se vuelve fácilmente atrás. La violencia verbal aleja el amor.
-Aprender a pedir perdón cuando es necesario, no es una debilidad; en realidad es una fortaleza, y cuanto más rápido se haga, mejor.
Cuando se le pida a la pareja que cambie algo, hacerlo en un contexto adecuado, fomentar un encuentro calmo, agradable
-Si se quiere promover un cambio en la pareja, no alcanza con pedirlo, hay que involucrarse y ayudarlo para que lo logre; ponerse en su lugar y entender lo que le pasa en función de lo que el otro siente. Involucrarse en el cambio del otro tiene un doble beneficio: primero ayuda a uno mismo a desarrollar capacidad de empatía, y además aumenta las posibilidades de que la pareja tenga éxito, ya que al sentirse entendido, comprendido y en definitiva amado, se facilita su propio proceso de cambio.
-Cuando se le pida a la pareja que cambie algo, hacerlo en un contexto adecuado, fomentar un encuentro calmo, agradable, donde se puedan conectar profundamente, sin interrupciones.