Por María Daniela Zanandrea
A 200 años de la Declaración de la Independencia, es necesario que reflexionemos sobre algunas señales, puntos que son relevantes al pensar en una posible “Pedagogía de la Memoria”, del recuerdo, de las conmemoraciones, de la transmisión de saberes a las nuevas generaciones. ¿El objetivo? Alcanzar autonomía y producir efectos de emancipación.
Cuando hablamos de “la memoria”, surgen todas las preguntas que los educadores comprometidos con la realidad social nos hacemos: ¿Desde cuándo, por qué y para qué las efemérides?, ¿Son necesarias?, ¿Qué objetivos tienen hoy?, ¿Qué nuevos modos de abordarlas tenemos?, ¿Podemos cambiarlas, reemplazarlas o agregar nuevas?, ¿Es peligroso quedarnos sin ellas?, ¿Para qué sirve la memoria?
Los ciudadanos estamos convencidos de nuestras prácticas sobre la transmisión del pasado, del modo de conmemorar y celebrar. ¿Por qué y desde cuándo se realizan de ese modo?, ¿Qué cambia y qué permanece?, ¿Qué dificultades presentan estos modos de transmisión?, ¿Por qué necesitamos re significarlas?
¿Por qué y desde cuando lo efímero es recurrente en la enseñanza escolar?, ¿Qué recuerdan y que olvidan los educadores en la transmisión del pasado?
La didáctica tradicional de nuestra escuela transmitió a través de mitos y rituales, una historia “oficial” que resaltó hombres y hechos que respondían a distintas ideologías e intereses políticos de turno.
Este modelo se afianzó con la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo, que los educadores debieron transmitir, en cumplimiento de las normativas legales vigentes.
Esas normativas a las que debían y deben ajustarse los docentes son bajadas desde el Ministerio de la Nación y llegan a todas las escuelas a través del Reglamento de Conmemoraciones Patrias (un documento muy significativo para comprender nuestras prácticas actuales, ya que se repiten, en contextos diferentes y parecen seguir transmitiendo una idea de identidad homogénea centrada en la Nación).
Para celebrar el Centenario, el proyecto educativo adoptó un carácter patriótico y diversas prácticas rituales de tono originariamente religioso o militar, como el culto a los símbolos patrios y las efemérides. Se complementaron con la enseñanza curricular de visiones nacionalistas del pasado, se establecieron los calendarios de actos solemnes. Los archivos, los monumentos, los museos y los símbolos se convirtieron en los lugares de la memoria, creando en torno a ellos un ambiente heroico y sagrado, plagado de mitos.
Esta herencia, los objetivos y los contenidos que se fijaron en la enseñanza escolar, continúan estando vigentes. Permanecieron todo el siglo y configuraron la base mítica de la argentinidad.