Por Claudio Hermosa
Ilustración Silvia Lissa
En Chajarí, la misma mañana de aquel 24 de marzo salieron en busca de la Señorita Olga. No la encontraron. Ella estaba en otra casa de la colonia cuando se escuchó la marcha militar que anunciaba el golpe. A la Señorita Olga, maestra rural, la detienen al otro día. Tres militares la llevan al RCTan 7 y unas horas después a la Comisaría de calle Sarmiento donde estuvo junto a otros convecinos varios días más, antes de trasladarla a otros destinos.
Ilustración Silvia Lissa
En Chajarí, la misma mañana de aquel 24 de marzo salieron en busca de la Señorita Olga. No la encontraron. Ella estaba en otra casa de la colonia cuando se escuchó la marcha militar que anunciaba el golpe. A la Señorita Olga, maestra rural, la detienen al otro día. Tres militares la llevan al RCTan 7 y unas horas después a la Comisaría de calle Sarmiento donde estuvo junto a otros convecinos varios días más, antes de trasladarla a otros destinos.
El motivo de la detención, solo un dicho al pasar: “¡Qué tiene que andar haciendo una maestra en las reuniones de los campesinos!”
Nosotros estábamos comenzando el 4º grado de la Escuela “Alvarez Condarco”. Yo pasaba todos los días con mis compañeros por la vereda de enfrente a la Comisaría. Con algunos cuadernos aún sin escribir, el olor a tinta del flamante “Simulcop” y todos los lápices largos y con punta. Jamás hubiésemos imaginado lo que estaba sucediendo a pocos metros nuestro, donde en un espacio de cinco baldosas por cinco baldosas se encontraba detenida la Señorita Olga, parada junto a un soldado con fusil.
Sonaba la campana de la llamada, apurábamos el paso. Acá no pasaba nada.