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26 octubre, 2018

Darte cuenta de lo que vales un poco tarde, duele…

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Por Lorena Pronsky

Darte cuenta de lo que valés un poco tarde, duele. Duele porque recordás las veces que te acomodaste a menos, que diste sin recibir, que dejaste que crucen la línea del desamor, que hiciste un par de descuentos en lo que necesitabas, que aguantaste lo que nunca hubieras hecho y así, muchas miserias más que fuiste tragándote con la nariz tapada, como un remedio de esos con mal sabor. 


Y si, cómo no va a doler.

 

Pero cuándo tenés el descubrimiento, en el centro de la mano, de quién realmente sos, de lo que querés, de lo que necesitás y de cómo querés que te quieran, se terminó el final del cuento.

 

El sapo, en esta historia, te convierte en princesa. Te demuestra, con lo poco que te dió, todo lo que le faltó para cubrir el bache entre lo que él pudo y lo que vos necesitabas. 


Te puso arriba del pantano la herida que te generó y te concedió con su carencia, el espejo que te estabas olvidando de mirar. 


Si te dolió, es porque pudiste darte cuenta de que tu amor no fue valorado por lo que es. Y que el costo que él le puso, te hizo tanto ruido que terminó por romperte un corazón ya casi deshilachado, para darte la posibilidad de construirte otra vez. 


Darte cuenta tarde, jode.

 

Pero la libertad que sentís cuando podés mirar al príncipe y darte cuenta que tiene olor a sapo, equivale a saber, que quién te estuvo dando no dio lo que valías, sino que dio lo que un sapo puede dar. 


Entonces casi con felicidad, se le hace una reverencia. Se le dice gracias. Te acomodás la cara un poco y asumis que el valor te lo tenés que aprender a dar vos, después de pasar por estos finales que te muestran que si te hace mal, es porque querés que te quieran mejor.
Si. Mejor.

 

Y ese descubrimiento no caduca más. Nunca más.

 

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