Eufrosina Cruz Mendoza es una mujer indígena mexicana que, a través de la educación, cambió su vida y la de muchas mujeres de su país. Fue diputada, logró cambios sustanciales en la Constitución de México y hoy es Secretaria de Pueblos Indígenas y Afromexicanos (SEPIA).
Por Claudia Cagigas
Cuando Eufrosina Cruz Mendoza comienza a hablar, inevitablemente el silencio hace de telón para que sus palabras calen hondo en quienes escuchan. Ella no impone, sólo habla con sabiduría a partir de su historia personal. Lo cierto es que esta mujer indígena, nacida el 1 de enero de 1979 en el pequeño poblado de Santa María Quiegolani, Oaxaca, México, se negó a repetir la historia de las mujeres de su tierra, quiso conocer qué había más allá de sus montañas, quiso educarse y forjar otro destino. A los 12 años se despidió de su gente y se fue a trabajar lejos, a la ciudad, para poder costearse sus estudios. La vida no fue fácil; sufrió, se esforzó, lloró y secó sus propias lágrimas sin que nadie le regalara un abrazo. Pero cumplió su objetivo. Eufrosina se recibió de Contadora Pública, fue diputada, logró cambios sustanciales en la Constitución Mexicana para que las mujeres puedan ocupar cargos públicos, tiene un largo camino recorrido en la vida política y es Secretaria de Pueblos Indígenas y Afromexicanos (SEPIA). Luchadora incansable para el fortalecimiento de las mujeres de comunidades indígenas y afromexicanas, levanta la bandera de la EDUCACIÓN como pilar de todo cambio.
“Me siento orgullosa de decir que soy indígena, que soy mujer, que mi lengua materna no es el español sino el zapoteco, una de las 68 lenguas que se hablan en este país que es México. Vengo de una familia donde mamá y papá no pudieron ir a la escuela y no aprendieron a leer ni a escribir. Crecí en un círculo en que mamá era la primera en levantarse y la última en irse a dormir; en el que mi hermana más grande fue entregada en matrimonio a los 12 años, a los 13 ya era madre y a los 31 tenía 9 hijos; en el que las mujeres de mi edad son abuelas cuando yo tengo un hijo de 7 años… Cuando ves eso en tu entorno tu mente cree que es lo que te mereces”.
Pero Eufrosina tenía “algo” que, desde muy pequeña, la convirtió en la rebelde del pueblo. Ese espíritu rebelde, estimulado por su maestro, la ayudó a darse cuenta que el destino marcado por la costumbre no era el que merecía ninguna mujer. Y así tomó coraje para lo que más tarde haría con su vida.
“La educación te enseña a arrebatar lo que la vida te niega”
En la historia de esta revolucionaria mexicana hubo una figura clave, su maestro. “Mi maestro tenía que caminar más de 12 horas para llegar a mi pueblo. Cuando venía se quedaba dos meses, luego se iba otros dos meses y así siempre. Hace 20 años en Santa María Quiegolani no había luz, no había carretera, no había posibilidades… La única posibilidad era lo que veían mis ojos cuando llegaba mi maestro… Su cuarto era lo más bonito que yo había visto hasta entonces, porque estaba repleto de dibujos que mis ojos no conocían. Me preguntaba cómo sería ese entorno, si existiría o no, cómo serían esos otros rostros, qué había más allá de mi montaña… Entonces empecé a entender que la única posibilidad de conocer todo eso era la educación. Y mi maestro se convirtió en mi inspiración”, contó en el programa radial EL ESPEJO (Radio Show Chajarí).
El sueño de Eufrosina Cruz Mendoza era hablar algún día como su maestro. “Las primeras palabras diferentes a mi entorno se las escuché a él. Entonces empecé a tener hambre de no repetir lo que veía en mi entorno y eso me llevó a ir al espacio de mi maestro, preguntarme cómo se llegaba hasta allí. Él era tan diferente que, de grande, supe que era gay. Por eso amaba la libertad, por eso me dejaba jugar con las canicas… Imagínate, una niña que no tenía derecho ni a jugar porque la concepción era que debía estar haciendo tortillas… y él me dejaba jugar con esa bola que se llama canica, como si yo fuera un niño…Entonces hoy veo que con la educación mi maestro era libre y defendía lo que él era… Por eso la educación es tan poderosa, porque te enseña a arrebatar lo que la vida te niega, te enseña a arrebatar lo que tu mereces y te enseña a romper tus propios miedos”.
El duro camino a la libertad
A los padres de Eufrosina no les interesaba que su hija estudiara, porque el destino de las mujeres de su cultura era casarse y repetir la historia de servicio a los hombres. Pero a los 12 años ella se plantó y transmitió a sus padres su decisión de irse a trabajar y a estudiar lejos. “Mi papá aceptó el reto y me dijo que me olvide de él porque tenía que cuidar de mis hermanos”, recordó.
Con la libertad a cuesta, con tan sólo 12 años y en un ámbito que no era el suyo, la vida se endureció más. Rememorando aquellos años, contó: “No tienes derecho de llorar sino asumir la responsabilidad que eso conlleva. A los 12 años tu corazón se divide, una parte se queda en tu tierra y la otra sale para arrebatar a la vida lo que te mereces, a crear tus oportunidades. Me acuerdo que -cuando dejé mi pueblo- salí con mi papá a las 2 de la mañana y caminamos 12 horas para llegar al lugar donde partía el carro… Mi mamá me había hecho mi mochila –un atado- con mis mejores ropitas que eran dos o tres. Era la primera vez que tomaba un autobús, con los mareos y todo lo que eso implica… Y después fue llegar a un lugar donde la gente te mira diferente porque hueles a montaña, porque tus facciones son diferentes, tus ropas son diferentes, tu lengua es diferente…. Y llegas a la casa de unos tíos donde el muerto y el arrimado apestan al tercer día…”.
La educación transforma vida y realidades
“Ser mujer, ser indígena y no tener quien te abrace está cabrón. Y ahí la vida me enseñó a comunicarme conmigo, a decir ‘sigues o nadie te va a ayudar aquí. Si lloras límpiate las lágrimas y sigue para adelante’. Tenía que trabajar y estudiar, no podía usar transporte público porque había que pagar, no podía comerme una torta, no podía o comprarme un libro… Ante esa adversidad me preguntaba si valía la pena ir al mercado a limpiar todos los días y seguir sirviendo y sirviendo en esa soledad; si valía la pena caminar con mis dos bolsas de productos para vender… Era demasiada carga de dolor y soledad… Durante el día vendía para sobrevivir y durante la noche tenía que hacer mis tareas –escolares-. Ahí me decía que tenía que demostrar mi capacidad, a pesar de los obstáculos que me ponía la vida. Y así lo hice. Terminé mi carrera universitaria, tengo una maestría, pude demostrar que era la mejor en la facultad y por eso estoy convencida que la educación transforma vida y realidades”.
Hace un par de años el papá de Eufrosina falleció. En su pueblo, Santa María Quiegolani, vive su mamá, sus hermanos (hoy todos profesionales gracias a su ayuda) y sus sobrinos. “Cuando me pasa algo, vuelvo a mi pueblo porque me recuerda de dónde soy y me siento orgullosa… Pero también me hace recordar lo que tengo que seguir haciendo para que más niñas no tengan que casarse a los 11 o 12 años; para que no nos digan que es la costumbre. La costumbre no puede ser violencia, la costumbre no puede ser la detención del desarrollo de la capacidad de la humanidad. La costumbre es mi lengua que defiendo, mi vestimenta, mi forma de organización, pero no la detención de mi capacidad”.
Eufrosina Cruz Mendoza se convirtió en la primera mujer indígena en ser presidenta del Congreso del Estado de Oaxaca, México, desde donde impulsó importantes cambios en la Constitución de su país para permitir a las mujeres ocupar cargos públicos. Fue asesora política en temas de desarrollo social y sigue combatiendo la pobreza y la desigualdad. Su trabajo le valió el reconocimiento a nivel nacional e internacional y el ser nombrada una de las mujeres líderes de América Latina.