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1 febrero, 2023

Comunidad de locos: Historia de Colonia Psiquiátrica “Raúl Camino” de Federal (Parte 1)

¿Qué es la locura, porqué esos hombres conciben ideas tan extrañas, tan disparatadas, escuchan voces o ven imágenes que sólo ellos perciben?… ¿Por qué sus conductas no se ajustan a la realidad compartida, sino a una lógica propia que nos deja perplejos, sumidos en un abismal enigma?… ¿Cómo es que pierden la razón, la cordura?

ASAMBLEA COMUNITARIA EN COLONIA PSIQUIÁTRICA “RAÚL CAMINOS” DE FEDERAL.

Por Sergio Brodsky (Psicólogo. MP243)

“Demencia, el camino más alto y más desierto, oficio de imágenes absurdas, pero tan humanas. Roncan los extravíos, tosen las muecas descargan sus golpes afónicas lamentaciones, semblantes inflamados, dilatación vidriosa de los ojos, en el camino más alto y más desierto. Se erizan los cabellos del espanto y la mucha luz alaba su inocencia. El patio del hospicio es como un banco a lo largo del muro, cuerda de los silencios más eternos. Me hago la señal de la cruz, a pesar de ser judío. ¿A quién llamar? ¿A quién llamar en el camino tan alto y tan desierto? Se acerca Dios en pilchas de loquero y ahorca mi gañote con sus enormes manos sarmentosas mi canto se enrosca en el desierto”.

“El Canto del Cisne”. De Jacobo Fijman, poeta fallecido en el Hospital Borda.

¿Qué es la locura, porqué esos hombres conciben ideas tan extrañas, tan disparatadas, escuchan voces o ven imágenes que sólo ellos perciben?… ¿Por qué sus conductas no se ajustan a la realidad compartida, sino a una lógica propia que nos deja perplejos, sumidos en un abismal enigma?… ¿Cómo es que pierden la razón, la cordura? Nadie lo sabe. La locura no es un objeto natural, sino una construcción social. En la Edad Media se creían poseídas por el diablo, y el exorcismo o la hoguera era la “solución” para acabar con esos espíritus malignos.

El naciente orden burgués los encerró con pesadas cadenas junto a otros “desposeídos”.

La Revolución Francesa vio en ellos, finalmente, enfermos mentales. Alienados que habían extraviado la razón, precisamente en un nuevo orden en el que esa facultad definía lo humano. Los liberó de sus pesadas cadenas, pero no del confinamiento. La nueva ciencia psiquiátrica continuó con el aislamiento social como requisito para recuperar ese bien preciado. También para defender a la sociedad del peligro.

El extravío de la cordura, situaba a los locos del lado de las fieras, de la animalidad salvaje, de la irracionalidad, de lo imprevisible. Puro instinto, esa es la amenaza.

El psiquiatra recibe el encargo de defender a la sociedad. De eso se trata, no de la cura. Se trata de excluir y encerrar a los improductivos, a los que no se adaptan a la Razón capitalista, a la lógica del sistema. Este vigila y castiga a algunos en el manicomio, a otros en la escuela, las cárceles, las fábricas. La peligrosidad de los locos fue un invento para encerrarlos, para sacarlos de circulación. Nos llenó de prejuicios y de ese terror arcaico a la locura.

El mismo temor que sentí cuando atravesé por primera vez las arcadas de la “Colonia Psiquiátrica Federal”. Mucho más que las vociferaciones, soliloquios, incoherencias, figuras de cera, balanceos, me conmovió ese pueblo de linyeras silenciosos, cabizbajos, apiñados en los fogones, intentando prender un cigarrillo, los dedos negros, las ropas sucias, despedazadas, las miradas resignadas, tristes, los cuerpos vencidos sosteniendo esos mates fríos, indecisos, angustiados.

En ese invierno de 1995 residían en el Psiquiátrico 250 pacientes crónicos. Algunos tenían décadas de internación. Fue para mí el descubrimiento de un universo extraordinario, estremecedor, extrañísimo, fantástico, desolador, triste  y enternecedor. Alcanzó esa primera mañana para que la ternura reemplace al miedo, como el tenue sol despedía a las tenebrosas sombras de la noche. Esas singulares personas me observaban con miradas expresivas, me contaban con bondad, las desgarraduras de su alma. Hablaban a veces, todos simultáneamente, en su desespero. Otros se apartaban callados, en cuclillas, en un abismal ensimismamiento. Todos pedían cigarrillos. Seres necesitados de afecto, abandonados, amistosos. Comencé a quererlos inmediatamente. A comprometerme con su infortunio, a involucrarme en la denuncia de sus injusticias, a acompañarlos en sus existencias.

La colonia Psiquiátrica de Federal fue fundada en 1968.  Raúl Camino fue su iniciador, su primer director. Formaba parte de un plan del Instituto Nacional de Salud Mental, cuya intención era “desagotar “de pacientes psiquiátricos al Borda y al Moyano, en los que se hacinaban los internados de todo el país. Era una época en la que el mundo ponía en cuestión el modelo psiquiátrico asilar. Denunciaba la calamidad, la inhumanidad y, al mismo tiempo, la ineficacia del encierro de los “locos”. Trazaba indignado su nítida analogía con los campos de concentración, imagen aún fresca, estremecedora y vergonzante en la posguerra.

Los distintos países exploraban alternativas liberadoras, a la altura del hombre nuevo que el contexto revolucionario alentaba por entonces. Desde las comunidades terapéuticas, los servicios de salud mental en hospitales generales o el cierre de los manicomios, esas instituciones totales, siniestras fábricas de locura y muerte (2), fueron las propuestas del momento.

El instituto se decide por la creación de 11 Colonias en el interior del país en el año 1966, siguiendo la sugerencia de la O.M.S de la creación de comunidades terapéuticas como modelo de tratamiento de los “pacientes mentales”. En esa configuración, en la que concurre la necesidad de descentralizar la atención y mejorar las condiciones asistenciales de los enfermos mentales, nace la experiencia de la Colonia Psiquiátrica de Federal. La pone en marcha Raúl Camino, un ex residente del Borda que se había formado en las teorías de la comunidad terapéutica, elaboradas por Maxwell Jones. Con ese fin, selecciona del Hospital Borda y del Moyano 110 pacientes que alojará en la nueva Colonia. Elige las instalaciones de un cuartel, el dos de caballería, desalojado por faltas y transgresiones de la guarnición. Ese cuartel estaba en un pequeño poblado rural del centro-norte entrerriano, llamado Federal. En unos viejos papeles que encontré en su momento, bosquejados a máquina por Camino, describía el lugar elegido del siguiente modo: “Ciudad Federal se convertirá en una colonia de rehabilitación de pacientes mentales crónicos de ambos sexos, con una disponibilidad de 400 camas, donde funcionaba un cuartel de caballería abandonado, a cuatro km del núcleo urbano. La ciudad cuenta con 12000 habitantes, de tipo rural con casas dispersas y dos principales núcleos de viviendas, uno concentrado en las cercanías de la estación del ferrocarril y otro alrededor de la iglesia, plaza y policía…no existen calles pavimentadas. Alrededor de la ciudad existen numerosas estancias dedicadas a la ganadería, con una importante población rural. Los caminos que rodean la ciudad no tienen ripio, por lo cual durante la época de las lluvias se hacen intransitables para los automotores, debiéndose recurrir a los vehículos de tracción a sangre y al caballo como medios eficaces de traslado y transporte., razón por la cual, no existen líneas de ómnibus que cubran el servicio de la ciudad con las ciudades vecinas más importantes. Para esto se emplea el ferrocarril que tiene cuatro turnos diarios de ida y vuelta a Concordia, dos a Paraná y cada tres días a la capital federal. Existen comercios que proveen de ropa y víveres, varias escuelas primarias y una secundaria, dos templos, policía y municipio. Electricidad, agua corriente y una elemental atención médica”.

Camino decide emprender su proyecto de “Comunidad terapéutica” en una ciudad casi aislada. En una experiencia extraordinaria, saturada de dimensiones antropológicas, sociológicas, psicológicas, pero también con ribetes poéticos y cinematográficos, se da a la tarea de buscar los pacientes de Buenos Aires en una travesía increíble. Los carga en el tren hasta cruzarlos en barco a la provincia de Entre Ríos, donde retoma las vías del Ferrocarril hasta Federal. Allí los espera una ciudad aterrorizada. Con temor ven bajar del vagón a cientos de inmigrantes del continente de la sin-razón. Camino, que atendía con preocupación el experimento sociológico, trabaja los sentimientos persecutorios y las fantasías que el pueblo elabora, nacidas del atávico miedo a la locura.

“Los locos vendrán en malón, cruzarán el arroyo y violarán y asesinarán a las mujeres y a los niños”. “La aviación controlará de modo permanente que no se escapen a la ciudad”. “Los traen para quemarlos en hornos crematorios como hacían los nazis”, eran algunas de las versiones que los vecinos maduraban por entonces.

Con gran habilidad, Camino seleccionó e instruyó, durante los seis meses previos a la llegada de los pacientes, a personas del pueblo para trabajar con ellos en la Colonia. La mayoría peones de campo. Poco a poco Federal comenzó a percibir inclusivamente a los sorprendentes recién llegados.

Los pacientes desembarcaron también llenos de expectativas, extraídos del subsuelo del Borda, ya muertos en vida, y comenzó una de las más maravillosas, singulares y admirables modalidades de tratamiento a las personas con padecimientos mentales: la “comunidad terapéutica”. Una particular forma de comunidad, de organización social, del lazo, un modo de comunicación, de relación intersubjetiva que recuperó la humanidad de los pacientes, que convirtió a aquellos que siempre fueron “objetos hablados” y maltratados, en sujetos de palabra, que re-significó el carácter de su dolencia como una vivencia humana, que rescató profundamente su dignidad personal.  Y lo hizo concretamente a través de su re-inclusión laboral, su participación comunitaria en múltiples instancias, fundamentalmente a través de la técnica fundamental de este modo de abordaje de la salud mental, las asambleas de la comunidad, en las que, horizontalmente, hasta 450 pacientes, discutían y resolvían todos los temas que los comprometía: vida en común, marcha de la institución, conflictos personales e institucionales, tratamientos y altas, presentación de parejas, organización de la convivencia, del trabajo y los  eventos etc. etc.

Una comunidad terapéutica es una comunidad en la que todos curan, incluso aquellos que ingresan para curarse. Una comunidad terapéutica es una sociedad que rehabilita a través del amor, el afecto, la comunicación, la poesía y el deseo.

Así nació, de la mano del prodigioso Dr. Raúl Camino esta institución que solo el odio y la incomprensión pudo destruir, asimilándola a esa “sociedad de locos” de la Dictadura Cívico-Militar.  Esa isla utópica de la salud mental, que hoy ya forma parte del paisaje, la idiosincrasia y la esencia de la ciudad del canto y la esperanza, duró de todos modos lo suficiente como para parir anécdotas, historias, felices vivencias y epopeyas que merecen ser contadas y compartidas. Se las iremos narrando en sucesivas publicaciones.

Colonia Raúl Camino, una historia extraordinaria que merece  ser conocida, como un hito de la historia social de nuestra provincia, así como para  compararla con la que construimos los “cuerdos”, aquellos que normalizamos la muerte, el  odio y las  injusticias, aquellos que creamos nuestras monstruosas “comunidades de locos”.

El título de la nota responde al documental realizado por Ana Cutulli en el que describe la experiencia de las comunidades terapéuticas de Lomas de Zamora y Federal en la década del 60.

Esta nota fue publicada por Diario Junio el 19.09.2022