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20 mayo, 2021

No intentes salvarme. Dejame supurar…

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Una vez leí un cuento muy cortito. Contaba que cuando uno ve a un cachorrito atropellado por un auto, lo quiere agarrar. Sostenerlo. Lo intenta sanar.

 

Lo más probable es que ese cachorrito nos muerda. No porque sea malo. Sino porque tiene miedo que le toquemos la herida.

Y uno se enoja. Lo siente ingrato. Se reprocha haber tenido buenas intenciones. Se pregunta para qué se metió, dónde nadie lo llamó. Se siente un estúpido. Y termina justificando el mordiscón.

 

Muchas veces, fui ese cachorrito. Y todavía pego el salto cada vez que veo que alguien quiere venir a tocarme justo donde me golpearon.

Es un mecanismo de defensa. Casi, de supervivencia. Y otras tantas fui esa entrometida bien intencionada, queriendo levantar un dolor ajeno sin que nadie me haya pedido ese favor.

 

Sé lo que se siente cuando te muerden. Por supuesto que lo sé. Tengo las manos marcadas con dientes que no son míos. Pero una cosa entendí hace un tiempo:

No se le puede pedir al cachorro consciencia.

No se le puede hostigar a que nos pida perdón.

No se le puede pedir que valore nuestro gesto.

Nada se le puede pedir a nadie mientras ese alguien, esté sangrando.

 

Dejarlo. Hay que dejarlo supurar. Dejarle espacio para que despierte después de semejante golpe y que decida, por sí mismo, qué medidas tomar. A veces dejarlo que elija cómo, con quién, cuándo y de qué forma va a recuperarse, es la forma más difícil de aprender a querer a los demás. Porque todo esto implica irse. Dejarlo crecer. Dejarlo libre. Corriendo el riesgo que no te elija para acompañarlo en su proceso. Que no te convoque. Que prefiera lamerse las heridas en otro lado. O incluso, y lo que es peor, que decida a plena consciencia, no querer sanar.

 

Es difícil. Una situación muy difícil. Pero cuando uno percibe cuál de los dos es el adulto de la relación, tiene que tomar esa decisión.

 

A veces dejar al otro, es la única forma que existe para permitirle que se encuentre. Y apostar a que ese encuentro lo haga despertar. Eso también es amar. Y amar bien. Muy bien.

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