Por Claudia Cagigas
Firmes, acompasados, los latidos del tiempo resuenan profundos en la penumbra del Museo de los Asentamientos de Federación. Atardece, los silencios ganan el espacio, pero el péndulo del viejo reloj sigue oscilando inmutable, como en otros tantos atardeceres del antiguo pueblo.
El ocaso tiene su embrujo, pero cuando se conjuga con el imán irresistible de viejos relojes el resultado El embrujo del viejo reloj puede ser fantástico.
Desprevenido, curioso y portador de una incontenible atracción por esas cosas de antes llenas de misterios, Matías se detuvo delante del gran reloj que desde hacía rato lo llamaba con el sonido de su grave péndulo. Intrigado contempló su gigantesca maquinaria, la rozó suavemente con sus dedos, cerró los ojos y tuvo la certeza de ser testigo del Día de la Anunciación, tal como se la habían contado…
El Día de la Anunciación
El reloj marcaba las 13,10 horas del 20 de septiembre de 1976. Las campanas tocaban sin pausa y el pueblo de Federación era un alboroto: los chicos salían de la escuela, la gente corría hacia la plaza para unirse en una cadena de oración y de golpe todo fue una fiesta.
¿Qué producía esa alegría incontenible? Nada menos que la noticia de que volverían a tener una ciudad; que Federación sería reconstruida. Y si bien dolía perder la querencia, ver morir su ciudad bajo las aguas del Lago Salto Grande por la construcción de la represa, la noticia de la reconstrucción era un gran alivio.
¿Es que no era un compromiso asumido levantar una nueva ciudad para reubicar a los vecinos? Lo era. Pero lo primero que hizo Jorge Rafael Videla cuando asumió la presidencia de la Nación en marzo de 1976, fue dejar sin efecto ese compromiso, evitarse «el gasto» y dejar librada al azar la suerte de los federaenses para que se reubiquen en ciudades como Chajarí o Concordia.
El golpe fue terrible, al hecho de ceder su pueblo, Federación tenía que agregar un sacrificio más: su propia existencia. Entonces la gente dijo «basta» y en septiembre de 1976 tres vecinos, aconsejados por el cura párroco, viajaron a Buenos Aires para reunirse con el ministro del Interior, de quien obtuvieron la promesa de la reconstrucción. Luego llamaron por teléfono a Federación y, tal como se había consensuado como señal de aviso, las campanas comenzaron a sonar llevando la noticia a cada rincón.
«El Día de la Anunciación, lo llamó más tarde la poeta local Dora Arias», escuchó Matías en su oído. Las palabras lo devolvieron al Museo de los Asentamientos, donde ahora el tac-tac sonaba cómplice, casi como un compañero de aventuras. Gisela Santiago interpretó su interés y agregó: «En la época del traslado este reloj fue desarmado y archivado durante muchos años en galpones municipales. Pero cuando la nueva ciudad se aprontaba a cumplir veinte años, se encargó a Pedro «Tom» Combis –empleado del municipio reconocido por su habilidad- que lo ponga en marcha y así fue. Durante la celebración la máquina fue exhibida en la Escuela Pellegrini y luego volvió al taller de Combis, hasta que en 2004 pasó a formar parte del Museo de los Asentamientos».
Hoy el gigantesco reloj tiene sus agujas detenidas a la 1,10; hora de la anunciación de la Nueva Federación y su pesado péndulo sigue oscilando grave, soñando con el día en que vuelva a ser colocado en el sitio que merece: una gran torre desde donde pueda vigilar, como antes, la vida del pueblo.
El Museo de los Asentamientos es una réplica de la capilla del antigua emplazamiento. Cuando comenzó la demolición de la vieja ciudad, la capilla fue desarmada pieza por pieza y con esos materiales se construyó el Museo de los Asentamientos, respetando la arquitectura original.