Por Marisa Domínguez
Desde el nacimiento de la humanidad se reconoce la necesidad de comprender a qué nos referimos o qué es lo que nos sucede cuando el ser humanos atraviesa el proceso comúnmente conocido como duelo. Y aunque muchos piensen que esto se relaciona solamente con la fase de muerte; el duelo es el proceso de adaptación emocional que le sigue a cualquier pérdida, llámese muerte o pérdida de un empleo, perdida de un amor, perdida de sentimientos, perdida de aspectos físicos, perdida de salud, etc. Por lo que de esta manera, el duelo se convierte en una conducta humana vital para comprender el compartimiento del ser.
El duelo “es un proceso interno, único e individual pero sus efectos se visualizan de manera externa”, describió la psicóloga Flavia Kuxhaus ante los micrófonos de El Espejo, el pasado sábado 5 de noviembre. Y agregó que “generalmente la persona que acompaña a quien está de duelo, necesita que el otro salga de ese estado y apresure los tiempos. Sin embargo, el duelo es un proceso y como tal tiene sus etapas, las cuales cada persona las atravesará de manera individual, con sus tiempos y a su forma. Y esto debe efectivizarse para poder superar el proceso”.
Al mismo tiempo, Kuxhaus citó que Freud describió a este proceso como “un trabajo de duelo”, ya que “una vez que se reconoce la pérdida de un ser amado u objeto, se comienza con el trabajo que implica reconocer que esa persona o esa parte ya no van a estar nunca más. Y esto, se junta con el Yo -es decir- con el aspecto más consiente que tiene uno mismo”.
Por otra parte, es preciso destacar que el duelo no necesariamente necesita un acompañamiento psicológico ya que no se trata de una enfermedad a superar, si no de un proceso por el cual cada persona debe transitar a su modo. Pero para que “el proceso comience, es necesario que el duelo se abra y hay personas que no lo abren, no lo inician nunca y esto conlleva sus problemas a largo plazo”, subrayó la entrevistada.
La psicóloga puntualizó además que existen distintos tipos de duelos y se presentan de manera diversa en cada persona. Por ejemplo, “hay quienes tienen actitudes maníacas, que están en el velorio y mandan a otra persona a que se deshaga de todos los objetos personales del difunto, como una reacción ante el dolor. Esto es una reacción anormal, porque se hace como si no hubiera existido la persona que se fue. De manera contraria, está el duelo patológico, que es aquel en donde nunca se da un fin, debido a que se forman altares o habitaciones que nunca se desarman porque quedan intocables, como lo dejó por última vez quien se fue. Esta persona se quedó metida en el proceso y al igual que la anterior, pueden demandar un ayuda o acompañamiento psicológico”.
Del mismo modo, se presenta los duelos profundos, “estos se dan con la pérdida de un hijo, ya que hasta el día de hoy la humanidad no ha encontrado una palabra que indique o describa la magnitud de esa perdida. Uno puede quedar huérfano o viudo, pero la pérdida de un hijo no tiene palabra, entonces falta el significante. Eso que te nombra como portador de esa pérdida”, señaló Kuxhaus.
Por último, la profesional citó a la psiquiatra Elisabeth Kübler Ross en su libro “On death and dying” para describir lo que se conoce como las etapas de duelo, las cuales “no necesariamente deben ser atravesadas en su conjunto, ni en este orden, por la persona que abre el duelo”, indicó.
“Generalmente se conoce que la primera etapa es la negación. Esto es cuando se produce, el hecho o suceso, entonces yo me niego a creerlo, no puede ser, ya va a volver, debe ser un error. El Yo se niega a creer en la noticia o en realidad que sucede. Y esto puede extenderse por un largo período de tiempo, pero tarde o temprano es superada y se pasa a la segunda fase. Por esa razón, aconsejo que a los niños se les cuente y se les diga la verdad; porque si se les miente no se los deja abrir las etapas de duelo y siempre quedarán a la espera que vuelva la persona que murió, o en una eterna negación”, manifestó la psicóloga.
Una vez que comenzamos a abandonar la negación pasamos a la siguiente etapa que es la ira. “Ya que una vez que deje de negarme lo que ya sucedió, comienza el dolor y el enojo que despierta mi ira. Odio con toda el alma lo que sucedió, uno no entiende por qué el otro no la luchó, por qué no se quedó un minuto más, por qué se fue”.
Sin embargo, esta ira se va a trasformar en culpa a largo plazo y aquí nos adentramos en la tercera etapa. “Llegan los reproches… si le hubiera dado la medicación a tiempo, si hubiera llegado cinco minutos antes, si Dios me hubiera escuchado. Y es en esta etapa donde el Yo más sufre, ya que la persona se culpa y se castiga por todo como forma de encontrar un responsable”, destacó la profesional.
Luego de la culpa, llega la cuarta y anteúltima fase, que es denominada resignación. “Sabemos que debemos superar esto y cambiar de alguna manera, aunque aún no sepamos cómo. Pero comenzamos a resignar el objeto, para iniciar la última etapa que es la aceptación. Cuando se llega a esta última etapa se ha terminado con el proceso de duelo”, concluyó Kuxhaus.
Sin embargo, la psicóloga subrayó que “una vez que se ha concluido con el proceso de duelo, la persona ya no es la misma, esta transformada para poder continuar viviendo, pero no es la misma que comenzó y uno lo sabe. Queda como una marca”. Por lo que se podría decir que el duelo es como un parche para alma.