Es un hecho que a la distancia cobró cada vez más sentido e importancia en nuestra historia y sin embargo no se lo conoce con precisión. Una reconstrucción del camino recorrido por la “enseña que Belgrano nos legó”
Hemos escuchado muchas historias relacionadas con la creación de la bandera argentina y la institución de sus colores. Según una versión, sus orígenes se remontarían al mismo 25 de mayo de 1810, fecha en la cual Domingo French y Antonio Luis Beruti, con sus “chisperos”, habrían repartido cintas celestes y blancas a los patriotas congregados en torno a la Plaza de la Victoria para identificarlos y exaltar los espíritus patrios.
También nos contaron que Manuel Belgrano creó la escarapela, con su formato actual, inspirado en el celeste del cielo y el blanco de las nubes; o bien en los colores del manto de la Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción, de quien era devoto; o bien inspirado en los colores del uniforme del Cuerpo de Patricios, el favorito del general, de cuyo regimiento Manuel era oficial.
Ahora bien, ¿qué hay de verdadero, documentado y verificable de todos estos relatos que hemos oído en nuestra niñez y adolescencia? Veremos que muy poco. En efecto, Juan Manuel Beruti (hermano del prócer), en sus Memorias curiosas, cuenta, en versión coincidente con la del marinero norteamericano Nathan Cook (presente en Buenos Aires en los días de mayo), que las cintas que repartían French y Beruti eran solamente blancas, el color tradicional de los Borbones. “Significaban la unión entre los españoles americanos y europeos”, como un manifiesto a la igualdad de trato y acceso al Gobierno que los americanos reclamaban durante la revolución, al igual que sus pares peninsulares, sin romper con el rey.
Las cintas celestes y blancas simbolizaban respectivamente la libertad y la unión
Las cintas celestes y blancas se repartieron recién más de un año después, durante 1811, y las utilizaban como divisa los partidarios de Mariano Moreno, que habían sido expulsados de la Junta Grande y se reagruparon en torno a la Sociedad Patriótica. Simbolizaban la unión (el color blanco mantenía el significado del año anterior) y la libertad (el celeste). Más tarde, estos lemas (unión y libertad) se consignaron en todas las monedas patrias acuñadas a partir de 1813 y podemos apreciar aún hoy esa leyenda en todas las monedas y los billetes argentinos.
Con respecto a la primera escarapela argentina, pinturas de la época muestran que era celeste en el centro, con sus bordes blancos (es decir, de formato diferente a la que conocemos hoy). Lo cual nos da un dato crucial para indagar el formato de la primera bandera patria, enarbolada por Belgrano en Rosario.
Algunos conjeturan que Belgrano habría elegido estos colores, porque eran los utilizados en las bandas que cruzaban sobre sus pechos los borbones españoles en las ceremonias oficiales y que él mismo había tenido la oportunidad de presenciar durante su permanencia en Madrid, años atrás. La finalidad de esta elección habría sido la de transmitir un mensaje subliminal de respeto y apego al cautivo rey Fernando VII y disimular así el ánimo independentista de la mayoría de los patriotas. Todos recordarán aquel famoso retrato de los miembros de la familia real española, por Francisco de Goya, luciendo bandas idénticas a las presidenciales argentinas, lo cual siempre nos generó curiosidad y nos parecía hasta una paradoja.
En lo que respecta al primer izamiento de la bandera en Rosario, tampoco hay constancias documentales. No sabemos a ciencia cierta si tuvo lugar el mismo 27, o antes de esa fecha, ni el lugar exacto (si fue en las barrancas o en la isla de enfrente, hoy desaparecida). Menos sabemos si fue jurada por las tropas.
Lo concreto y verificable es que Belgrano, como comandante de las tropas destacadas en Rosario, pidió al Primer Triunvirato, el 13 de febrero de 1812, que se instituyera una escarapela para identificar a las tropas patriotas, sin hablar de colores, a fin de evitar que los cuerpos, en un eventual enfrentamiento armado, se confundieran con los realistas. Ello porque en la época ambos contendientes utilizaban la cucarda encarnada (roja), clásica escarapela de los soldados españoles. Así fue que el Gobierno, cinco días después, accedió a lo peticionado por Belgrano y estableció la escarapela “blanca y azul celeste”. Esta insignia se popularizó inmediatamente entre los patriotas y los soldados de la revolución. Belgrano llegó a transmitirle al Gobierno, muy entusiasmado, que sus soldados ya lucían esta distinción sobre sus uniformes.
“Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste(…): espero que sea de la aprobación de VE”
El 27 de febrero de 1812 -dos semanas después de su pedido de adopción de la escarapela-, Belgrano se dirigió nuevamente al Primer Triunvirato en estos términos: “Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia”.
Observemos que en ningún momento el prócer señala qué formato tenía la bandera por él creada.
Tampoco dice que la enarboló, dónde, cuándo, ni si la hizo jurar. Es llamativo que diga “blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional” (adviértase el orden de los colores). Recordemos que la escarapela, en esa época, era blanca en sus bordes y celeste por dentro. Tampoco dijo que tuviera tres franjas, ni la correspondiente distribución de sus colores. Es claro que si la hubiera creado con tres listones, así lo habría indicado al Triunvirato, a fin de que éste pudiera aprobar y replicar la insignia de su creación en los demás cuerpos patrios.
Ese mismo día, el Gobierno le ordenó a Belgrano hacerse cargo del Ejército del Norte, destino a donde éste partió a principios de marzo, sin tomar conocimiento de que el Triunvirato desaprobaría, luego, la creación de la enseña patria.
Ahora bien: ¿qué hizo Belgrano con la bandera de Rosario? ¿La dejó en la guarnición que custodiaba las barrancas del Paraná? ¿O se la llevó consigo a Jujuy? Las ordenanzas militares y la opinión de varios expertos en historia militar, sobre todo Juan Beverina, nos transmiten que las banderas no son de propiedad de los jefes de una unidad. Las insignias permanecen con esta, pese a los cambios de jefatura que se den en la fuerza.
Con lo cual, es muy poco probable que Belgrano hubiera llevado consigo esta bandera hacia su nuevo destino, en el norte. Es más factible que la haya dejado en Rosario, a fin de identificar a las baterías allí desplegadas, ya que para eso la había instituido, precisamente. El mismo general José de San Martín, cuando regresó del Perú, no volvió con la bandera de los Andes debajo del brazo, sino que ésta quedó con los cuerpos argentinos, hasta su retorno definitivo al suelo patrio.
Por ello, lo más probable es que la primera bandera creada por Belgrano haya permanecido en Rosario, hasta que llegó la comunicación de su supresión. Por consiguiente, no sería de extrañar que el nuevo comandante de la plaza, comandante Gregorio Perdriel, la haya retirado y tal vez destruido. Con lo cual, la bandera luego enarbolada, bendecida y jurada en Jujuy, el 25 de mayo de 1812, debió haber sido, necesariamente, otra distinta, pero pudo haber guardado similitud con la originaria, de Rosario.
Luego de la segunda reprimenda del Triunvirato, Belgrano guardó la bandera, pero después del triunfo de Tucumán, la volvió a enarbolar
Sabido es que, luego de la segunda reprimenda del Triunvirato, Belgrano guardó la bandera jurada en Jujuy y que después del triunfo de Tucumán (24 de septiembre de 1812), ya caído el Primer Triunvirato, la volvió a sacar a la luz. Así fue que presidió la ceremonia de juramento de lealtad a la Soberana Asamblea General Constituyente del Año XIII, a orillas río Pasaje y encabezó a nuestras tropas durante la gloriosa gesta de la batalla de Salta. Ambos acontecimientos tuvieron lugar durante el mes de febrero de 1813.
Ahora bien: ¿cómo era esa bandera originaria de Belgrano? La respuesta nos la da el propio Belgrano. En 1815, durante su estadía en Londres, y como se estilaba en la época, el general se hizo retratar, sentado, por el poco conocido pintor francés François-Casimir Carbonnier (discípulo de Jacques-Louis David, el retratista favorito de Napoleón), en un famoso cuadro, cuyo original se encuentra en el Museo Dámaso Arce de la ciudad de Olavarría. Detrás del cortinaje, a la derecha y abajo del prócer, se aprecia una escena de la batalla de Salta. Allí se observan las tropas patrias que portan diversas banderas de dos franjas horizontales: blanca la superior y celeste la inferior.
Ahora bien, no se entiende cómo un pintor francés, totalmente desconocedor de la historia y la situación argentina (país remoto e ignoto en esa época), pudo pintar una bandera de esa naturaleza, si no fuera que el propio Belgrano, que se la encargó y posó durante varios días para él, le haya dado indicaciones de cómo era la bandera por él enarbolada en Salta.
Existe un elemento más a considerar a favor de que la bandera originaria de Belgrano constaba de dos bandas horizontales: blanca la de arriba, celeste la de abajo. La bandera de los Andes, confeccionada a fines de 1816 en Mendoza, tenía igual diseño. Algunos piensan que, habiendo compartido el general San Martín casi tres meses (de enero a marzo de 1814) en Tucumán con el creador de la bandera, bien pudo éste haberle indicado el formato originario de la enseña de su creación, o pudo haberla visto San Martín flameando entre las escuálidas filas del Ejército del Norte. Parece que el Libertador quiso homenajear al creador de la bandera, enarbolando en su victorioso Ejército de los Andes una insignia que mantenía el mismo formato de la que había sido originariamente concebida por éste.